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Acercamiento al mito de la Condesa Sangrienta por Isabel Monzón .Capítulo V - De vampiras y vampiresas

Acercamiento al mito de la Condesa Sangrienta por Isabel Monzón (CAP 5)

 
 

 

Báthory.
Acercamiento al mito de la Condesa Sangrienta

 

Isabel Monzón

 

Feminaria Editora. Buenos Aires. 1994.

 

ISBN 987-99025-7-2

 

Capítulo V - De vampiras y vampiresas

 

Quien goza del atributo de la crueldad, por una confusión olfática del inconsciente trueca el olor de la sangre por el perfume del amor.

 

Marianne Van Hirtum

 

Es por varias razones que Erzsébet Báthory queda asociada al vampirismo. Por la imperiosa necesidad de sangre que se posesionaba de ella y porque su vida, desde pequeña, había transcurrido en Transilvania. Desde ese momento y en ese preciso lugar, fue víctima de un proceso de vampirización: empezaron a criarla para ser "la esposa de", teniendo que dejar, entonces, de ser esa todavía incipiente "ella misma". Aquí vuelve una imagen varias veces invocada: parecía un demonio la noche de su boda y Ferencz Nádasdy no pudo domarla. Ella trató de rebelarse y, en parte, lo logró. Pero en algo había sucumbido y fue contaminada. No tuvo defensas frente al mandato que le ordenaba ser siempre hermosa y no envejecer.

 

EL MITO

 

Se apoya en la creencia de que los muertos suelen retornar necesitados de sangre para nutrirse en las venas de los vivos. Con diferentes nombres, en distintas regiones geográficas y en variadas épocas históricas, aparecen seres ávidos de hundirse en el lago de todas las fuerzas. El mito del vampiro es, así, universal, porque universal es la necesidad del ser humano de creer en la inmortalidad y de negar la inevitable muerte. A pesar de lo aterrorizante y siniestro del mito, el vampiro debe sobrevivir. Mas cuando el hombre acepta su suerte de mortal, como dicen Chevalier y Gheerbrandt, "el vampiro se desvanece". Las erinias griegas, las lamiae de la Antigua Roma, las nefs de los árabes preislámicos, los íncubos y súcubos también griegos y los kiang-kuei chinos, son parientes del vampiro. De la palabra eslava "upuri" (espíritu de los muertos) y de la polaca "upir" surge el término húngaro "vampir" y el castellano vampiro. El mito, en su versión occidental, arraiga en el culto a los muertos, particularmente significativo para el mundo eslavo. En Rumania se cree que si no se practican puntualmente los rituales funerarios, el alma del difunto no descansará, transformándose en un "strigoi". Un niño asesinado en la matriz o apenas nacido, también puede transformarse en uno de esos seres. "Drac", que en rumano significa diablo, era el apodo aplicado para el príncipe Vlad, famoso patriota guerrero que combatió a los invasores turcos, haciéndoles sufrir, como uno de los tormentos, el del empalamiento. De este personaje "extrajo" Bram Stocker a su Drácula. Según Roux, "drakul" es una palabra eslava que designa al hereje que, luego de morir, se transforma en vampiro. Con tantas palabras extranjeras y tantas ideas siniestras, no nos ha sido fácil mantener el rumbo. Desviados, no terminamos de saber por qué ciertos muertos se transforman en vampiros. Herejes que regresan del más allá, muertos mal enterrados, hijos ilegítimos de padres ilegítimos. ¿Qué es exactamente un vampiro? "Dejando de lado los matices, su carácter esencial es el de un muerto que sale de su tumba, vaga por la noche y viene a chupar la sangre de las personas dormidas, con lo cual las lleva rápidamente a la muerte. Al alimentarse de la sustancia vital de un ser vivo, de su alma, se mantiene en buen estado, al margen de la descomposición que normalmente se produce después de la muerte", así lo define Roux mientras comenta que el vampiro puede ser un individuo fuertemente sexuado e inclusive sin sexo determinado, que se une carnalmente a los vivos en abrazos inacabables que terminan por consumirlos. Esta conducta también es propia de los íncubos - demonios masculinos - y de los súcubos - los que adoptan formas de mujer. Mas, a pesar de la similitud, el vampiro se diferencia de estos parientes en un rasgo fundamental: de un íncubo o un súcubo uno puede enamorarse porque de ellos es posible recibir afecto. En cambio, con el vampiro sólo son posibles las relaciones unilaterales en tanto él toma pero no da nada. O en todo caso, como contagia al vampirizar, sólo da la muerte y lo que a ella la caracteriza.

 

Este mito también se asienta en la creencia de que la sangre es vida. En consecuencia, bañarse en sangre o beberla son rituales que otorgan un extraño poder. Erzsébet Báthory lo sabía, Darvulia le repetía infatigablemente los méritos del rojo manto de sangre, de esa deslumbrante coraza de fuego robada a las vidas, ante la cual el enemigo claudica y la decrepitud se da por vencida.

 

DE AMORES Y PASIONES

 

Dicen los diccionarios que el término vampiresa designa a la actriz que interpreta personajes de mujer coqueta y fatal. Por extensión, se aplica a la mujer que extrema el refinamiento de sus atributos para interesar y rendir a los hombres o a aquella de gran atractivo físico, con gran poder sobre el varón. La vampiresa es, a todas luces, una figura erótica que alimenta, con su imagen y sus conductas, el deseo del otro. En psicoanálisis se la asocia con la personalidad histérica, caracterizada por su capacidad de seducción. Emilce Dio-Bleichmar habla del "feminismo espontáneo" de la histérica, enfatizando la singular utilización del poder que hace este tipo de mujer. La vampira, en cambio, es una figura terrorífica que se caracteriza por extraer algo (sangre - juventud - bienes, etc.) del otro.

 

La Dama Roja, a pesar de su belleza, no puede ser considerada una vampiresa, tal vez porque poseía más de Thánatos que de Eros. Asimismo, no estaba pendiente del varón hasta el punto de no poder vivir sin él. Para ella, sólo las mujeres eran indispensables; de allí ese universo femenino en el que habitaba. Lo que sí tenía en común con la vampiresa era todo lo que ponía de sí misma para agradarse y la obsesión de eterna juventud y perenne belleza que la atormentaba.

 

El mito del vampiro - mujeres fatales incluidas - revela, como todo mito y parafraseando a Mircea Eliade, "una historia verdadera que sirve de modelo a ciertos comportamientos humanos".

 

Si bien es cierto que el vampirismo es unilateral, como el vampiro contamina, la víctima puede transformarse en victimaria, invirtiéndose entonces la relación. Algo así sucedió con Erzsébet. Las doncellas de las que se nutría ocupaban ese lugar que alguna vez había sido el suyo. Esas jóvenes se habían transformado en la única razón de su existencia. Sin ellas se sentía morir. Por otra parte, aunque a diferencia de Drácula, Erzsébet no se ocultara de la luz del día refugiándose en el ataúd, a medida que el tiempo transcurría se iba haciendo cada vez más solitaria y nocturna. Buscaba la oscuridad en los sótanos de sus castillos.

 

La magistral descripción del vampiro hecha por Sheridan Le Fanu en su cuento "Carmilla", tal vez nos sirva para comprender más las relaciones establecidas por la Condesa Báthory: "El vampiro es propenso a ser víctima, ante determinadas personas, de vehementes pasiones semejantes al amor. Al tratar de llegar hasta ellas, despliega inagotable paciencia e inauditas estratagemas para interponerse ante el objeto de su deseo. No desiste del empeño hasta que su pasión no es satisfecha y hasta que no ha chupado la vida de la víctima codiciada. Llega hasta a desposarla; prolonga así su criminal placer con el refinamiento de un epicúreo y lo acrecienta con un hábil galanteo. En esos casos parece no desear otra cosa que la simpatía y el consenso. Pero con más frecuencia va directamente a su fin, vence por la violencia y estrangula y aniquila a la víctima en un solo festín". Erzsébet pertenecía a la segunda categoría de vampiros, a esa que no conoce de sutilezas. Era directa, no utilizaba la seducción. Su sed, tan devoradora, no podía esperar para ser saciada. El galanteo, para ella, hubiera significado una postergación intolerable.

 

El vampiro, propenso a ser víctima de vehementes pasiones, en realidad no ama. Es que en la relación amorosa, dice Piera Aulagnier, el Yo inviste libidinalmente en forma privilegiada - pero no exclusiva - al Yo del amado, al que, entre otras cosas, se le demanda placer sexual. Hay otros destinatarios de los que también se espera lograr placer - aunque no sexual - y que quedan catectizados en diferentes vínculos. No son necesariamente personas, ya que puede tratarse de una variedad de objetos y metas. El Yo mantiene, así, una libertad de desplazamiento en sus investimentos libidinales que le permite conectarse, según diferentes momentos y necesidades, con diversos intereses y fuentes de placer. Piera Aulagnier agrega que el amor es una relación simétrica en la cual, en primer lugar, cada uno de los dos Yo es para el Yo del otro el objeto de una investidura privilegiada pero no exclusiva. En segundo lugar, se trata de una relación en la cual cada Yo se muestra y es reconocido por el otro como fuente de un placer privilegiado pero también como detentando un poder de sufrimiento igualmente privilegiado. Además, "la relación de simetría se define por ese sitio de privilegio que cada uno ocupa para el otro en el registro del placer, y por el hecho de que cada uno atribuye al otro un mismo poder de placer y de sufrimiento". Este "y" que une placer y sufrimiento define esencialmente lo que Aulagnier llama simetría. Se trata, así, de una relación en la que la reciprocidad limita la dependencia del amante con respecto al amado, y la torna compatible con esa posibilidad autónoma de cargar libidinalmente otros objetos o metas, hecho que preserva para el Yo del amante un valor narcisista fundamental. Por otra parte, esos poderes de placer y de sufrimiento que recíprocamente poseen el amado y el amante, explican la potencialidad conflictiva que se encuentra presente en toda relación de amor así como la posibilidad de pasar de éste a la agresión

 

Cuando la psicoanalista francesa define la relación pasional dice que "un objeto se ha convertido para el Yo en la fuente exclusiva de todo placer, y ha sido desplazado por él en el registro de las necesidades". En función de la naturaleza del objeto, diferencia tres clases de relaciones pasionales: la del toxicómano, la del jugador y la un sujeto con el Yo del otro, es decir la pasión amorosa.

 

La relación pasional, en sus tres formas, excluye la reciprocidad. En el caso de la amorosa, que es a la que fundamentalmente queremos referirnos, "el Yo sitúa al Yo del otro como objeto de necesidad, y por consiguiente, a su propio Yo como privado de lo que solamente ese objeto podría hacer posible". Una persona establece con otra - o con una droga o el juego - un vínculo de extrema dependencia. Cree que ese otro del cual depende puede completarlo porque lo tiene todo. Esto es consecuencia directa de un mecanismo de proyección por el cual se le atribuye al otro un omnipoder. Piera Aulagnier aísla los rasgos que caracterizan a quien sufre la pasión: 1) El Yo se piensa como teniendo la posibilidad de ofrecer placer al objeto pero careciendo del poder de ocasionarle sufrimiento. 2) El Yo atribuye al Yo del otro, por un lado, un poder de placer exclusivo y por otro un poder de sufrimiento desmesurado, hasta el punto de preferir la muerte antes que la ausencia o el rechazo del objeto de su pasión.

 

El destinatario de la pasión amorosa puede abusarse de la asimetría, induciendo aún más esa pasión en el Yo que la sufre. ¿Qué razones pueden motivar una conducta así? Al provocar pasión se consigue el poder narcisista de tener dominio sobre el otro o se evita el riesgo de sufrir por la pérdida de un vínculo amoroso. Por eso, la persona que es objeto de la pasión desarrolla la capacidad de conectarse con el otro a través del placer y goce sexuales, excluyendo el compromiso afectivo. Esto se acompaña con un extremado interés en el placer sexual del partenaire, que se ilusiona, así con un inexistente compartir. Lo que en realidad sucede es que para seguir manteniéndose en el lugar del objeto de la pasión, el sujeto que la induce sabe que debe ser un excepcional amante, y como tal se brinda, aunque su partenaire será deseado sexualmente por un tiempo cada vez más efímero. La apropiación de nuevos objetos víctimas de pasión aumenta el poder narcisista de dominar a los otros. Piera Aulagnier pone como ejemplo del que induce al vínculo pasional, un caso clínico de un paciente varón y parecería que para ella ambos sexos pueden ser colocados por igual en cualquiera de los dos lugares de esta relación asimétrica. Sin embargo, nuestras observaciones nos indican que son en su mayoría mujeres las que suelen ocupar el lugar del sufrimiento pasional, mientras los hombres lo inducen.

 

Desde una perspectiva más descriptiva que metapsicológica y motivacional, Robin Norwood habla precisamente de "las mujeres que aman demasiado" señalando que son adictas al objeto de amor. Creemos que se refiere a lo que Aulagnier llama relación pasional. En esta misma línea, Elizabeth Badinter nos llama la atención acerca de la tercera maldición con la que Jehová expulsó a Eva del paraíso: "La pasión te llevará hacia tu esposo y él te dominará". Estas palabras han estado durante siglos cargadas de consecuencias: "El concepto de pasión implica necesariamente las ideas de pasividad, sumisión y alienación que definen la condición femenina". Aunque en la Biblia consultada por nosotros las palabras no son las mismas que traduce la filósofa francesa, lo mismo dan cuenta del mandato con el que Jehová condena a la mujer a ser víctima de una relación asimétrica: "Hacia tu marido será tu anhelo pero él te dominará".

 

LA RELACIÓN VAMPIRIZANTE

 

La particular cadena de relaciones afectivas conceptualizada por Piera Aulagnier podría soportar un eslabón más. Es el que nosotros definimos como relación vampirizante. Como la pasión, se caracteriza por ser también asimétrica, ya que no hay reciprocidad en los intercambios entre vampiro y vampirizado. Este último no siempre parece tener necesidad de esa relación que para el otro es vitalmente imprescindible. Además, mientras la víctima se empequeñece y vacía, el vampiro se fortifica y la persona vampirizada, aunque no haya estimulado el vínculo, no tiene fuerzas para librarse de él. Queda a merced de su victimario en una actitud pasiva que de ningún modo debe ser calificada de masoquista porque no le brinda placer sino, por el contrario, un extremo dolor. La pasividad de su conducta se debe a que no tiene o cree no tener otra alternativa que la de someterse al vampiro. A veces él - mentirosamente - le promete algo en lo cual ella necesita creer: la amará para siempre, más allá de la muerte y la protegerá de todos y de todo. Ingenua y carente de autonomía, la persona vampirizada desconoce las verdaderas intenciones del vampiro. Por eso se entrega a él. Cuando descubre la verdad - él no sabe amar - ya es tarde: le ha absorbido todas sus energías y ella se ha desvitalizado.

 

Por otra parte, como quien enferma o sueña, la víctima se repliega, se recluye dentro de sí e intenta catectizar su cuerpo y su self como forma de recuperar las energías perdidas. Es un recurso narcisista, una defensa que posee el yo. Debido a esta introversión de la libido, la persona vampirizada va perdiendo la capacidad de amar porque no tiene resto para los otros. Freud decía que el que no ama enferma, y Norberto Marucco agrega que aquel que ama a un muerto se descapitaliza, porque éste no devuelve nada. Además, y como ya lo hemos visto en otros contextos, al estar inmersa en una relación que contamina, la víctima puede transformarse ella misma en vampiro, como sucedió con Erzsébet.

 

Tanto la persona vampirizada como la que se vincula con pasión a otra, se empobrecen y sufren. La primera, por ser objeto de un amor enfermizo y la segunda, por vincularse a otro a expensas de su amor propio. También se parecen en la imposibilidad que tienen de vivir sus propias vidas, ya que en ambos casos se trata de un Yo que es vivido por otro. Cuando el vampiro vuela seductoramente sobre su víctima, persistiendo en el seguimiento, se asemeja a la persona que padece una pasión amorosa. Mas el parecido es solo aparente: el vampiro no sufre. Se mueve mecánicamente, como aquella Doncella de hierro utilizada por Erzsébet para extraer sangre de sus víctimas. El vampiro, muerto en vida, aprende a desembarazarse de cualquier sentimiento que sea displacentero o que pueda provocarle displacer, dolor, tristeza, amor. Por eso es insensible, mientras que la víctima siente por los dos. El vampiro, cruelmente, actúa con una absoluta falta de consideración con sus víctimas, con las cuales es incapaz de identificarse. Es, asimismo, particularmente oportunista: acecha la ocasión que le sirva para beneficiarse y actúa solamente según su propia conveniencia. Por consiguiente, es un parásito, dueño de un narcisismo soberano y patológico.

 

En cuanto a la permanencia y duración del vínculo vampirizante, no hay una sola forma. Hay vampiros que, como dice Le Fanu, "aniquilan a su víctima en un solo festín". Así era Erszébet con las jóvenes a las que sacrificaba. Otros, se alimentan una y otra vez de la persona a la que vampirizan, hasta que ésta logra rebelarse o muere por debilidad o suicidio.

 

Para poder nutrirse de ella, el vampiro debe mantener a su víctima aislada lo más posible del mundo exterior. Él, en cambio, revolotea libremente por ese mundo, siendo con frecuencia una persona sociable y hasta simpática, porque tiene que ir calculando en dónde están las próximas víctimas.

 

VÍNCULOS SIMBIÓTICOS

 

Cuando un miembro de la pareja obstaculiza la autonomía del otro, aislándose ambos del mundo exterior y volviéndose ermitaños, antisociables y desconfiados, seguramente estamos ante una simbiosis. Esta se define como una relación en la que ambos integrantes se nutren recíprocamente pero ellos saben que si la simbiosis se destruye, deberán separarse y crecer, tomando conciencia del paso del tiempo. Por eso hablamos de un vínculo enfermante y empobrecedor. Toda tercera persona que, por alguna razón, atraiga la atención de uno de los miembros de esta pareja, es considerada enemiga. Ellos parecen ignorar que se beneficiarían con una ruptura.

 

Sin embargo, existe otro vínculo simbiótico que es normal: el constituido por la pareja madre - bebé. La fusión, en este caso, es no sólo transitoria sino, además, imprescindible, ya que el niño la necesita para crecer. Para la madre es fundamental ser necesitada. La relación simbiótica patológica, en cambio, está integrada por dos personalidades infantiles, dependientes e inseguras de sí, que aunque creen apoyarse mutuamente, ignoran cuánto se limitan y enferman. Se trata de un vínculo en el que hay simetría, en tanto sus participantes ocupan lugares parecidos. Cada uno ejerce hacia el otro un poder similar, se pertenecen mutuamente, y ambos intercambian, aunque con pobreza, afectos entre sí. Muchas parejas que alguna vez tuvieran una relación amorosa y sexual con modalidad simbiótica, cuando el deseo se extingue y no se animan a separarse, eternizan el vínculo prolongando esa fusión.

 

Los integrantes de los vínculos simbiótico y vampirizante sostienen la creencia de que es posible evitar el paso del tiempo. A pesar de este rasgo compartido, hay algunas diferencias. El vampiro quiere detener el tiempo porque, como ya hemos visto, no tolera envejecer y morir. La persona vampirizada, así como los integrantes de la relación simbiótica, necesitan eterno amparo e incesante protección, a la manera de un niño con su madre. La víctima del vampiro cree que éste es ese objeto amparador y cada uno de los integrantes de la pareja simbiótica busca el amparo y la protección en el otro. Como no saben cuidarse a sí mismos, no toleran la soledad. Se engañan en una soledad de dos.

 

Tanto en el vínculo simbiótico como en las relaciones pasionales y vampirizantes, sus integrantes se enferman, porque en ninguno de los tres casos es posible crecer. Quien padece la pasión, la víctima del vampiro y los integrantes del vínculo simbiótico tienen otro rasgo común, son personas generalmente depresivas. La depresión es, así, no sólo el campo propicio para que aterrice el vampiro sino también para que se perpetúe la simbiosis y se sufra de pasión

 

Bibliografia Capítulo V

  • Arieti, S. y Bemporad, J.: Psicoterapia de la depresión. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1981.
  • Aulagnier, Piera: Los destinos del placer. Editorial Argot. Barcelona. 1979.
  • Badinter, Elizabeth: ¿Existe el amor maternal? Paidós-Pomaire. Barcelona. 1981.
  • Bleger, José: Simbiosis y ambigüedad. Editorial Paidos. Buenos Aires.1967.
  • Chevalier, Jean; Gheerbrandt, Alain: Diccionario de símbolos. Editorial Herder. Barcelona. 1988.
  • Diaconú Alina: La verdadera historia de Drácula: ¿héroe o personaje deleznable? Revista Vigencia. Bs. Aires. 1978.
  • Diccionario Enciclopédico Planeta. Editorial Planeta. España. 1984
  • Dio-Bleichmar, Emilce: El feminismo espontáneo de la histeria. Editorial Adotraf. Madrid.1985.
  • Dupetit, Susana: "Drácula. Acerca de la reconsideración de lo siniestro y la mitología literaria Mitos universales. y americanos y contemporáneos. Sociedad Peruana de Psicoanálisis. Vol.I. Lima. 1989.
  • Marucco, Norberto: "La melancolía: el ocaso de una pasión". Revista de Psicoanálisis, Tomo XLIII, Nro. 4, Asociación Psicoanalítica Argentina.
  • Norwood, Robin: Las mujeres que aman demasiado. Editorial Vergara. Buenos Aires. 1986.
  • Roux, Jean-Paul: La sangre. Mitos, símbolos y realidades. Ediciones Península. Barcelona. 1990.
  • Varios autores: Vampiros. Una antología de los maestros del género. Editorial Sur. Buenos Aires. 1961.

fuente
http://www.isabelmonzon.com.ar/prologo.htm

 

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