VIENTOS DE OTOÑO POR FANNY JEM WONG
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Acercamiento al mito de la Condesa Sangrienta por Isabel Monzón. Capítulo VI - Un universo femenino

Acercamiento al mito de la Condesa Sangrienta por Isabel Monzón (CAP 6)

 
 

 

Báthory.
Acercamiento al mito de la Condesa Sangrienta

 

Isabel Monzón

 

Feminaria Editora. Buenos Aires. 1994.

 

ISBN 987-99025-7-2

 

Capítulo VI - Un universo femenino

 

 

Amor de mujer por mujer ¿qué mente pudo crear
este demencial afán de angustia desenfrenada y
sombría maternidad sin resolver?
Djuna Barnes

 

¿Las mujeres siempre estarán divididas entre
ellas? ¿Lograrán alguna vez formar un único
cuerpo?
Olympe de Gouges

 

El universo femenino en el que se movía Erzsébet resulta  sorprendente. Aunque había lacayos en el castillo, éstos no asistían a la ejecuciones; todos los hombres quedaban excluidos de las ceremonias. Sólo mujeres permanecían encerradas con la Condesa y las víctimas, dice Penrose mientras Pizarnik acota: "No hubo sino mujeres en sus noches de crímenes".

 

Este universo que rodeaba a Erzsébet, guarda una cierta clasificación: víctimas, hijas, ideólogas, cómplices, testigos y, aunque sea de dudosa veracidad, el comentario es que ella también tenía amantes femeninas. Características propias de cada una de esas mujeres las hacían caer en una u otra categoría. Pero a pesar de la discriminación, estaban todas juntas en los sótanos del castillo. Esta concentración femenina no fue una idea original de la Condesa, ya que siempre -y aunque con distintos fines - existieron lugares exclusivos para mujeres. Prueba de ello son la casa de las menstruantes y el paritorio, donde el acceso de los hombres estaba prohibido. También el harén y el prostíbulo son universos femeninos, pero allí el varón no sólo tiene permiso para entrar sino que, además, es dueño o visitante privilegiado. Por otra parte, la compañía le salía barata a Erzsébet, ya que un pachá turco contemporáneo de ella tenía que pagar diez caballos de raza por cada joven cristiana que le entregaban para su harén. La Condesa podía disponer de esas jóvenes con un insignificante obsequio de por medio.

 

CÓMPLICES

 

Las viejas y repugnantes criadas Jo Ilona y Dorkó eran dos mujeres a las que la Condesa tenía permanentemente a su lado. Feas, sucias y crueles, se dedicaron primero a la crianza de los hijos que su ama, ayudada con filtros y brebajes y sin desearlos, tuvo. Luego se quedaron con ella para atenderla directamente. Esos dos seres embrutecidos que, según Pizarnik, parecían "escapadas de alguna obra de Goya" eran las encargadas de traerle a Erzsébet las muchachas que ella mordía cuando la atormentaban lancinantes dolores de cabeza o que asesinaba para bañarse en su sangre. A Jo Ilona y Dorkó se sumaba Kata cuya tarea era, simplemente, sacar los cadáveres de la sala de torturas. La primera era alta y recia, oriunda de Sárvár, mientras que Dorottya Szentes, apodada Dorkó por su ama, había sido llamada para atender a Anna Nádasdy en la época de su casamiento. Cuando Anna se fue a vivir con la familia del marido, en contra de lo que se acostumbraba, Dorkó no la siguió. Por ser experta en conjuros, Erzsébet había decidido retenerla. La Condesa, hermosa y perfumada, parecía complacerse en compañía de aquellas dos mujeres desmañadas, manipuladoras de sangre sucia. Tal vez porque al lado de ellas podía florecer su sangriento atavismo. Como le sucedía a sus cómplices, a Erzsébet lo diurno, lo resplandeciente, por instinto, le eran adversos.

 

Más adelante, cuando recolectar víctimas se iba haciendo cada vez más difícil, al equipo de cómplices se agregó Kateline. Por su aspecto simpático y alegre, era un eficiente señuelo para atraer a las cada vez más reticentes campesinas. A veces, apiadándose de las jóvenes encerradas en los sótanos, les daba de comer hasta que un día Erzsébet se enteró y mordió también a la aterrorizada Kateline.

 

El Tribunal que juzgó a la Condesa sentenció a sus cómplices primero, a que se les arrancaran los dedos, esos con los que, según se decía, las plebeyas habían cometido tantos crímenes. Luego, al igual que Juana de Arco y que tantas otras mujeres de aquella época, fueron condenadas a morir en la hoguera. Las que pertenecían a la categoría de cómplices debían reunir tres requisitos fundamentales: fealdad, pobreza y falta de inteligencia. Si alguna de esas características se encontraba ausente, caían en otra categoría.

 

IDEÓLOGAS

 

Las poderosas y temibles brujas preferidas por la Condesa fueron más ideólogas que cómplices, ya que activamente se encargaron de encender, en la Dama Aterradora, tanto fantasías de inmortalidad como las formas de hacerlas reales. En 1604 murió Ferencz Nádasdy y fue en ese preciso momento que Darvulia, una mujer viejísima, de horrible humor y carente de piedad a la que llamaban "la bruja del bosque", se mudó al castillo de Csejthe. Darvulia, dice Penrose, venía del corazón del bosque, en el que volvía a hundirse ciertas noches para aullar a la luna. "La que nos asustaba desde los libros para niños", responde en eco Alejandra Pizarnik.

 

En Csejthe, la Condesa y Darvulia tenían el campo libre. Como la provincia estaba alejada y retrasada, sus habitantes eran ignorantes y permanecían aterrados por las supersticiones de la montaña. Todos temían los embrujos de Darvulia. La antigua tierra de los dacios era aún pagana y su civilización llevaba dos siglos de retraso con respecto a la de Europa occidental. Reinaban la misteriosa diosa Mielliki y el dios Isten, al que Erzsébet solía rezar una oración. El diablo Ordog, servido por sus brujas, habitaba los supersticiosos Cárpatos. En cambio el vampiro, el dragón, el lobo, resistiendo a los exorcismos, lo hacían en los bosques del país de Erzsébet. Ella había nacido allí, en el este, en aquel humus de brujería y a la sombra sagrada de Hungría, donde la religión protestante no pudo desplazar al paganismo.

 

Siempre existieron muchas muertes debido a siniestros y aterrorizantes victimarios: hombres lobos y vampiros hacían de las suyas. A menudo las muchachas desmejoraban y morían y, si al exhumarlas se comprobaba que sus cadáveres no estaban lo suficientemente descompuestos, era aconsejable atravesarles el corazón con una estaca antes de volverlas a enterrar. Darvulia sabía que, en medio de todas estas creencias, no había riesgo en hacer desaparecer más campesinas jóvenes y hermosas para proveerle a Erzsébet la magia de la sangre. La bruja quiso que las víctimas fueran muy jóvenes, pues sabía que si habían conocido el amor el buen espíritu de su sangre estaba perdido. Ella convenció a la Condesa que, gracias a la sangre, podría volverse invulnerable, conservando así eternamente su belleza. Pero Darvulia, la bruja, jugaba. Y porque juega es por lo que la verdadera bruja sigue siendo bruja a través de las edades de más allá del tiempo. Jugando a la inmortalidad, Darvulia le enseñaba a Erzsébet a creer que era posible triunfar sobre la vejez y vencer a la muerte. Fue así que la inició en los más crueles juegos: le enseñó a ver morir y el sentido de ver morir.

 

Pero como no era el personaje de un cuento, Darvulia se murió. Entonces, Erza Majorova, oriunda de Miawa, una pequeña aldea vecina a la montaña, ocupó su lugar. La consideraban consagrada al diablo, y circulaban siniestros rumores en torno a su persona: que hechizaba a los humanos, que mataba al ganado y que conocía el secreto de todos los maleficios. También decían que sanaba con filtros, que predecía el futuro de las jóvenes y que curaba a las mujeres de los campesinos. Debía poseer un fuerte poder de sanadora sobre el sexo femenino, ya que también las damas castellanas acudieron a ella. Le pedían que les hiciera desaparecer, con sus misteriosas recetas, las señales de viruela y las quemaduras. Así fue que se convirtió en la curandera titular de Erzsébet.

 

¿Curandera o malhechora? Es que toda bruja tiene varias caras. Una, vista desde la óptica de sus enemigos, la otra, contemplada por los ojos de sus partidarios. Una tercera mirada, más objetiva, la ofrecen los historiadores. Con éstos, descubrimos algo similar a lo que sucedía con el demonio: el concepto del mal se relativiza y la brujería aparece como la manifestación de una fuerza que se rebela ante el poder de los opresores. Prueba de ello es el libro "Aradia: El Evangelio de las brujas". Escrito en una época en la que el culto brujeril era claramente la religión de las clases oprimidas, fue compuesto por una comunidad rural y muestra la influencia de la ideología política propia del siglo XIV. Aradia es hija de la diosa Diana -patrona de los pobres y oprimidos - y de su hermano Lucifer. Se trata de un espíritu que tiene como destino visitar la tierra como un mesías moral, para enseñar la brujería a los sojuzgados pobres. Aprendiendo éstos los secretos y las artes del poder mágico, podrían liberarse de sus opresores. En una época en que la creencia en la magia era universal, ésta les parecía a sus militantes un medio lógico para asegurarse la justicia. Se trataba tanto de una rebelión contra la Iglesia Católica como contra un orden social ya que, en oposición a las enseñanzas de Jesús, la Iglesia de la Edad Media predicaba que era deber de todo buen feligrés obedecer a la autoridad, por opresiva que ésta fuese. Es que sólo apoyando a esa tirana autoridad de la nobleza podía la Iglesia sostener la propia.

 

Es significativo el hecho de que la mayoría de las personas acusadas de brujería en Europa fueran mujeres. En este caso, el predominio femenino trasciende al universo de Erzsébet. Para comprender el fenómeno, es imprescindible tener en consideración el lugar que ocupaba la mujer en la sociedad medieval. Sólo sosteniendo la creencia en la brujería como un poder maléfico se podía seguir manteniendo a las mujeres sometidas a los varones. Por otra parte, cuando los detractores de las brujas hablan de las maldades de éstas, pueden estar refiriéndose a lo que para ellas son sus placeres.

 

Había, entre esas brujas, muchas con un amplio conocimiento de los poderes benéficos de las hierbas. Estos saberes se transmitieron de generación en generación entre las mujeres pertenecientes a la humilde clase de las campesinas. Algunas plantas eran medicinalmente curativas y las brujas acrecentaban esos beneficios con palabras y hechizos mágicos. La fe en la magia aumentaba el poder curativo de la hierba; a esto aludió Freud al referirse a la fuerza de la sugestión, fuerza que fue el motor de todas esas prácticas a las que hoy llamamos medicina alternativa y que, notablemente, eran la única atención a la que podían acceder las enfermas o parturientas. Ya desde los tiempos de Galeno y aún durante la Edad Media, cuando la moral dominante impedía a los varones explorar a las mujeres, las verdaderas conocedoras de los misterios del cuerpo femenino eran sus propias dueñas. Las que adquirían más competencia en este conocimiento de sí se transformaban, como dice Aline Rouselle, en "las especialistas del barrio, de la aldea o de la casa". Eran las comadronas, parteras o matronas, que atendían los partos y todas las enfermedades de la mujer.

 

Los enemigos de las brujas tenían varios indicios para detectarlas. Uno de ellos eran los gatos, habitualmente negros. Así era también en Csejthe. En la Europa de la Edad Media no se acostumbraba tener animales domésticos; por eso, si una anciana tenía gatos como compañía, podía despertar fácilmente sospechas. Era habitual creer que estos animales fuesen regalos de otras brujas o del mismísimo diablo, y que se alimentaban de leche y sangre. También se suponía que las brujas se transformaban en animales: gatos, liebres y sapos eran los preferidos para la metamorfosis. En este contexto, Parrinder señala algo que también encontramos en Penrose: la conexión entre brujas y vampiros, "pues ambos chupan la sangre y la sustancia espiritual de las víctimas en quienes se ceban". Esta energía que se absorbe es, sin duda, la libido. Pero las brujas no sólo absorben, también dan. En la vida de Erzsébet sus ideólogas cumplieron un rol materno fundamental. Con sus conjuros y enseñanzas, le transmitieron una necesaria sensación de protección, mientras curaban sus dolencias. Sin embargo, todo alimentaba la continuada alienación de su mente. Así, y a medida que el tiempo transcurría, se iba poniendo en evidencia que la debilitada Condesa compartía cada vez más con sus brujas, gustos, saberes y secretos. Pero, a pesar de la influencia de estas maestras, nunca pudo la discípula recibirse, ella misma, de bruja, le faltó autonomía y confianza en sí. Una mujer para la cual la belleza es una obsesión, nunca puede llegar a transformarse en una verdadera bruja.

 

Las que poblaron de ideas el alma siempre colonizada de la Dama de Csejthe, debían ser humildes, curiosas, inteligentes y dueñas de un particular carisma. La belleza podía o no estar presente, pero la rebeldía era una cualidad imprescindible. También podemos sacar, a esta altura, otra conclusión: ideólogas, cómplices y víctimas pertenecían a la clase social baja, mientras que las testigos eran de la nobleza.

 

TESTIGOS

 

Sólo de tarde en tarde sintió Erzsébet deseos de sacrificar a alguna de las muchachas de noble cuna que la acompañaban. El vampiro pálido no ataca a las de su raza; sabe distinguir los manantiales de sangre más rica y no yerra. Las damas de honor eran hermosas y obedientes pero, gracias a su pobre y noble sangre, se salvaban del sacrificio. Ellas jugaban al ajedrez, galopaban en las cacerías y cantaban, a los invitados, las muy tristes canciones de Nyitra. También podían servir para la cama. Se dice que sólo en los finales de la sangrienta historia, algunas de estas muchachas se transformaron en víctimas de los sacrificios de la Dama Roja. A pesar de que sus corazones húngaros no eran precisamente tiernos, no fue fácil para ellas ser testigos de tanta crueldad. Refugiadas en un rincón de la habitación, debieron de adquirir la costumbre de ver y oír sufrir. A pesar de todo, jamás testimoniaron contra Erzsébet. Ni siquiera comparecieron en el proceso. No fueron convocadas, ya que había una absoluta ausencia de mujeres en el Tribunal pero, de haber sido llamadas a testificar, hubieran permanecido mudas ya que después de todo, no tenían ninguna razón para no sentirse atraídas, a la larga por esta mujer bella e inquietante, ni para sustraerse a sus dementes voluntades. La insondable Condesa, como ya tuvimos varias veces ocasión de comprobarlo, fascinaba: no tenía nada de la mujer corriente a la que el instinto y la vitalidad hacen huir, temerosa, ante los demonios. Los demonios los llevaba adentro. Era una singular y atrayente figura de identificación para las sumisas castellanas, ya que concretaba todo lo que ellas no se animaban más que a fantasear.

 

Algunas de las damas de compañía hasta compartían la categoría de cómplices. A los 45 años, Erzsébet solía ser visitada por una mujer misteriosa, a la que nadie pudo dar un nombre, que acudía a las citas disfrazada de muchacho. Durante el proceso, una sirvienta testimonió que esa desconocida había torturado, junto con su ama, a una joven. La mujer disfrazada parecía pertenecer a la alta sociedad. ¿A qué atribuir tal travestismo? Es frecuente encontrar, en las historias de mujeres, que ellas tomen nombres de varón o vistan sus ropas, casi siempre para legitimar conductas prohibidas para ellas y autorizadas para él: escribir, publicar sus escritos, amar a otras mujeres, etc.

 

HIJAS

 

De haber podido elegir su vida, la Condesa no se habría casado ni habría tenido hijos. No le agradaba en absoluto que la consideraran como a un gigantesco insecto hembra destinado a la procreación. Ni siquiera tuvo oportunidad de que se estructurara en ella un posible deseo de maternidad. Tal vez porque no quiso tenerlos es que hay muy pocas referencias a los hijos en el texto de Penrose, mientras que Pizarnik hace una sola mención. Los hijos de la Condesa no le pertenecían. Eran de un sistema social opresor que, parafraseando a Aline Rouselle, domina el cuerpo de la mujer y oprime el del niño; sistema social para el que la existencia individual no cuenta.

 

Debido a que la Condesa estaba enferma con frecuencia, se vaticinaba que el remedio mágico para todas esas dolencias era la maternidad. Por eso, le hacían tomar toda clase de drogas, así como le fabricaban los más variados talismanes. La magia dio resultado ya que los filtros acabaron por revelarse eficaces. La primera en nacer fue Anna, en 1585, cuando Erzsébet tenía 25 años. La siguieron dos niñas más, Orsolya y Katerine. El universo de la Condesa se seguía habitando de mujeres. El último en nacer, en 1596, fue Pal, su único hijo varón. Se dice que tuvo una hija natural con un joven campesino aunque son contradictorias las versiones acerca de la fecha en la que esto sucediera. Desde ubicar el nacimiento antes de su boda, cuando Erzsébet tenía 14 años, hasta afirmar que la criatura nació cuando tenía 49. Como no vivía con ella, es probable que la pequeña haya sido dada en crianza y custodia a un matrimonio de Transilvania. En caso de haber nacido en una familia de clase baja, la hija podría haber sido víctima de uno de los tantos infanticidios, comunes en los tiempos de la Europa feudal. Como los abortos eran muy peligrosos, lo más frecuente, en el caso de los hijos no deseados, era abandonarlos al nacer o asesinarlos.

 

Por otra parte, en la Edad Media la herencia, los bienes familiares, la relación de fuerzas en el ámbito político y la estabilidad de los grupos de poder, dependían de que existiera descendencia. Esto explica la preocupación de las mujeres pertenecientes a las clases superiores, por ejemplo la suegra de Erzsébet, respecto a tener hijos. Por otra parte, como el embarazo y el parto significaban riesgos vitales importantes, es comprensible que existieran razones que entraban en conflicto con la idea de traer hijos al mundo. Aunque los partos quedaban en manos de las comadronas, éstas no poseían tantos conocimientos. De allí el temor que toda mujer de aquella época sentía ante la idea de dar vida. Erzsébet no escapaba a esa generalidad. Por otra parte, era consciente de tener no sólo el alma sino también el cuerpo enajenado, por eso se oponía, aunque inútilmente y no con las más eficientes armas, a los embarazos. En cuanto a la relación que entablaba con sus hijos legítimos siendo ellos pequeños, poco sabemos. Es de suponer que su maternidad se regiría por las típicas costumbres de su Hungría medieval. Para todas las tareas menores, como limpiar, bañar, vestir, alimentar y vigilar, se contaba entre la clase alta con criados y amas. Por esto, y porque las mujeres nobles eran desposadas a muy temprana edad, era frecuente, aunque no en el caso de Erzsébet, que tuvieran gran número de embarazos y partos: 8 a 10 hijos. Los de la Condesa Báthory fueron criados por Jó Ilona y Dorkó, las mismas que más tarde se transformarían en sus cómplices.

 

Las mujeres de las clases bajas, obligadas a alimentar y encargarse personalmente de todo lo relativo a sus crías, establecían intensos vínculos libidinales con ellas, a diferencia de las nobles, que se relacionaban de manera más distante. La Dama de Csejthe no fue una excepción a esta regla. No sentía afecto por sus hijos, excepto por Kata, la menor de las mujeres.

 

Cinco meses después de muerto Ferencz Nádasdy, en 1604, pasó con Anna algo similar a lo ocurrido con su madre. Fue casada con Miklós Zrinyi, hijo de una familia tan antigua e ilustre como la de los Báthory. Este no entendía nada del comportamiento de su suegra, del uso exagerado que hacía de los afeites, de ese esplendor melancólico que, a pesar de su edad y de su viudez, ella se empeñaba en conservar. Un día que, junto con Anna, visitaba a Erzsébet, el enorme perro lebrel de los Zrinyi apareció con un horrible jirón de carne en sus fauces. Había descubierto, en los jardines del castillo,uno de los cadáveres enterrados. El horror y el rechazo del yerno por su suegra se hizo aún más intenso.

 

Katerine, la preferida, fue dada en matrimonio a Georges Druget, descendiente de una familia francesa. Por amor a su esposa, él se mostró piadoso con Erzsébet cuando ésta fue condenada por el Tribunal. De Pal sabemos solamente que fue entregado para su crianza a un tutor.

 

VÍCTIMAS

 

Como entra de repente la inquietud, como se propaga el fuego, como se arranca uno las ropas, así se apoderaba súbitamente del Erzsébet la sed de sangre. Entonces, reuniendo a sus sirvientas, se dirigía con ellas hacia los sótanos del castillo. En ese enjambre de mujeres se encontraban las que, por su belleza y juventud, se transformarían muy pronto en víctimas, y esas otras sirvientas viejas, desdentadas, con caras de brujas, las que, por su fealdad, tenían la suerte de convertirse en cómplices. En cuanto a las víctimas, se trataba, en su mayoría, de campesinas muy jóvenes y rubias, robustas, esbeltas, de tez tostada y almendrados ojos azules. Eran supersticiosas, torpes y tan ignorantes que, a veces, ni sabían firmar con su nombre. Oriundas de la provincia de Nyitra, habían sido reclutadas de sus casas por las cómplices de la Condesa, quienes prometían a las madres de las víctimas una pollera nueva o una chaqueta. A veces, el ganado sacrificado se componía de muchachas aún más hermosas, que llegaban de la región de Eger o incluso de más lejos, de los confines de Eslavonia. Esbeltas, delicadas, de generosa estatura, con rasgos finos y grandes ojos verdes o grises, las naturales de los Tantras eran capaces de realizar las tareas más pesadas. De esas criaturas, acostumbradas en sus casas a una vida más dura que la de los animales, atrevidas en plena naturaleza y acobardadas en las estancias del castillo, capaces de mantener a raya a un lobo, y que se arrastraban a los pies de la Condesa para pedir gracia, desaparecieron alrededor de seiscientas cincuenta

 

Todo se remonta a cuando aún vivía Ferencz Nádasdy. Ya desde esa época ninguna muchacha podía estar segura trabajando al lado de la Dama de Csejthe. Se dice que ésta se llenaba de furia cuando Orsolya, su suegra, le recriminaba entre lastimosos suspiros el que no quedara embarazada. Como venganza, y en evidente desplazamiento de su rabia, al volver al cuarto pinchaba a sus hermosas sirvientas con alfileres. Algo parecido ocurría cuando la torturaban sus famosos dolores de cabeza: hacía que le trajeran dos o tres campesinas robustas para morderles los hombros y masticar la carne arrancada. Mientras las víctimas aullaban de dolor, la victimaria veía desaparecer, mágicamente, sus propios sufrimientos. Las jóvenes sirvientas eran mujeres de pocas palabras, tan silenciosas como bellas. Ingenuas y necesitadas, desconocían las consecuencias de sus leves faltas. Si robaban la comida o el dinero encontrados, si limpiaban mal las alacenas o se equivocaban al bordar, podía suceder lo más terrible. Como Dorkó y Jó Ilona informaban de todo a su ama, los castigos estaban sujetos a las variaciones del estado de ánimo de ésta. Si estaba en un buen día, hacía desnudar a las culpables para que así continuaran, rojas de vergüenza, sus bordados. O las obligaba a quedarse paradas, también desnudas, en un rincón, mientras ella las contemplaba. Nadie había oído hablar, antes, de una exhibición tan insólita como abominable . Al mismo tiempo, nos preguntamos: ¿ Y para qué la mirada de estos ojos? Porque desnudar es propio de la muerte, responde Alejandra. Nosotros agregamos: o del amor.

 

Si, en cambio, la falta de su sirvienta se encontraba con uno de los malos días de Erzsébet, el castigo consistía en poner en la palma de la mano de la culpable la robada moneda al rojo vivo. Asimismo, una plancha caliente aplicada en el rostro de la costurera cuando cometía un error, era el método recomendado para hacerle recordar sus deberes. Si su falta consistía tan sólo en hablar, la Condesa en persona se encargaba de coserle los labios con la misma aguja que momentos antes se encontraba en las manos de la muchacha. Intolerante, también les hacía coser la boca a las que gritaban cuando Jó Ilona y Dorkó les ordeñaban la sangre. Al fin de cuentas, la Condesa había sufrido en boca propia por ser mujer, el mandato de guardar silencio.Repetía una vez más, como victimaria, lo que había sufrido como víctima. Otra silenciada fue Ilona Harczy. Procedente de la Baja Hungría, la joven campesina fue torturada en Viena y traída a Csejthe para darle muerte. Dueña de una maravillosa voz, modulaba con destreza canciones eslovacas. Cantaba baladas en el castillo y salmos en la iglesia. La Condesa había preferido asesinar esa voz y utilizar, para su siempre anhelada juventud, la sangre de la joven cantante. Después dispuso para ella solemnes exequias.

 

Al principio, todas las muchachas sacrificadas eran enterradas luego de celebrar los funerales en la iglesia. Los cadáveres, limpios y vestidos, se conservaban sin enterrar esperando la llegada de los familiares, oportunamente avisados de la tragedia. Siempre existía una razón para explicar la muerte de tan bella y humilde joven. Pero como el tiempo iba pasando y esas muertes iban en aumento, las explicaciones parecían inconsistentes. En Viena, a donde Erzsébet concurría tres o cuatro veces por año, se la empezó a llamar "die Blutgrafin" - la Condesa Sangrienta - y comenzaron a circular siniestras historias acerca de los baños con sangre de vírgenes. Muy pronto, la necesidad de hacer desaparecer los cadáveres se fue haciendo una pesadilla para Kateline.

 

Como Erzsébet no conseguía detenerlo, el tiempo iba dejando huellas sobre su todavía hermoso pero ya arrugado rostro. Era la época de Majarova y a ella acudía para protestarle. Fue cuando la bruja sugirió sangre azul que comenzó la cacería de las hijas de los zémans, nobles campesinos, barones o caballeros. Las cómplices prometían, en nombre de su ama, enseñanzas de buenos modales o de idiomas a las jóvenes de familias nobles. Era a cambio, simplemente, de compañía para Erzsébet, en ese largo invierno que se avecinaba. Las viejas desdentadas consiguieron veinticinco ingenuas muchachas. Dos semanas después, ya no quedaba ninguna viva. Cuando Thurzó, por rumores, se enteró que su prima Erzsébet ya no se conformaba con la sangre de las campesinas y que había empezado a necesitar la de las hijas de los gentilhombres húngaros, se decidió a actuar. La última víctima fue Doricza, una muchacha de sangre espesa a la que la Condesa Báthory sacrificó el 28 de diciembre de 1610, otro macabro Día de los Inocentes. Primero, había sido torturada por las dos viejas criadas. Luego, al llegar Erzsébet, le dio cien azotes. La muchacha, a pesar de todo, no quería morir pero cuando Dorkó, según la costumbre, le cortó las venas, ella se desplomó, ya sin vida, en una última oleada de sangre.

 

A pesar de los crímenes, la relación que la Dama de Csejthe establecía con sus víctimas habla de una evidente y confesada admiración, posible de significar desde varios enfoques. Erzsébet puede ser comparada, por ejemplo, con una madre envidiosa de la juventud de las hijas. Mientras que el vínculo con ellas, tal como vimos, parecía vacío de sentimiento, con las jóvenes a su servicio establecía relaciones que, aunque pasajeras, eran emocionalmente muy intensas. Le era imposible prescindir de ellas, precisamente como esa madre que cree que, impidiendo el crecimiento de sus hijos, puede detener el avance del tiempo y la llegada de la vejez. Ella llevó al límite del asesinato esa creencia, desplegando con sus víctimas su sangriento vampirismo. Otras mujeres, con consecuencias trágicas similares, parasitan a sus hijos -único sentido de su existencia - impidiéndoles moverse. En este caso, se trata de madres que han internalizado en su estructura psíquica un sistema de creencias para el que la maternidad provee la máxima valoración; sin los hijos, la vida no tiene sentido. Como no aprendieron a nutrirse en vínculos maduros y autónomos, obstaculizan la autonomía de estos hijos para que ellos no hagan sus propios nidos. Más tarde, cuando llegan a viejas, se convierten en hijas de ellos. O mejor dicho de ellas, porque son las mujeres las que generalmente quedan destinadas a permanecer al lado de la madre. Las psicoanalistas Susie Orbach y Luise Eichenbaum explican este hecho diciendo que "la madre ve al hijo y a la hija de manera diferente. Ella puede ver a su hijo como otro, como distinto, dada la diferencia de géneros que existe entre ambos, y que representa una clara división entre los dos. El es él y ella es ella. En el caso de una hija, esta utilización del género que permita la diferenciación, no existe". Se trata de relaciones de madres infantiles con hijas infantiles condenadas a transformarse en enfermeras devotas. Si este tipo de vínculo simbiótico puede eternizarse, es gracias a que la culpa que invade a la hija que intenta rebelarse es un precio dolorosamente caro de pagar. Ella, al igual que su madre, tampoco sabe que tiene derecho a adueñarse y disponer de su propia vida. De estas circunstancias al desarrollo de una depresión, hay un sólo paso.

 

En el caso de la Condesa, la máxima valoración no recaía en el rol materno sino en otros ideales femeninos: belleza y juventud, cualidades encargadas de sostener su lastimado narcisismo. De allí la envidiosa admiración que le despertaban sus víctimas. Como Erzsébet no se eternizaba en sus vínculos, que eran pasajeros y fugaces, nuevas muchachas suplían rápidamente a las asesinadas. Y así como muchas veces, en sus crisis de furia con la suegra desplazaba esos sentimientos hacia las jóvenes sirvientas, así también volcaba en ellas su sed de eterna juventud y perenne belleza. De manera similar, en Argentina y en el siglo XX se despliegan, entre empleadoras y empleadas domésticas, vínculos que reproducen, total o parcialmente, los argumentos de relaciones más primarias, como por ejemplo todo aquello sucedido entre madres e hijas o entre hermanas. Esos sentimientos que la Condesa no revivía con sus hijas, los repetía en sus vínculos con las campesinas. Estas no sólo no podían ser consideradas diferentes por una cuestión de género, sino que además, según la estructura social propia del feudalismo, los siervos pertenecían a sus señores. No era extraño, desde este punto de vista, que Erzsébet dispusiera de las campesinas como si se tratara de objetos de su propiedad. Se adueñaba de lo que, según había aprendido, era suyo.

 

Durante el proceso que se entabló contra ella, los jueces consideraron agravante la circunstancia de que los crímenes se hubieran cometido "contra el sexo femenino". Debieron de entrever profundidades perversas, misteriosamente sensuales, que les causaron terror . A pesar de esto, el tribunal evitó preguntarse, entre otras cosas, por qué la noble Condesa prefería, para sus baños de sangre, sacrificar a las hijas de la plebe. Una vez más, ellas eran las víctimas. Como cuando el lobo patriarcal, disfrazándose de "amor" cortés en los castillos, violaba a esas mismas campesinas, tratándolas, él también, como objetos de su pertenencia. En este sentido, parece aplicable para la Condesa Báthory una reflexión de Mario Vargas Llosa referida a Gilles de Rais - especie de versión masculina de Erzsébet-: "Vivió en una sociedad donde la nobleza confería una superioridad semidivina, un derecho casi ilimitado para la materialización de los deseos".

 

Por otra parte, las mujeres - tal como corresponde - quedaron excluidas del tribunal: los veinte jueces eran varones. Las únicas que estuvieron en el juicio fueron las acusadas Jó Ilona, Dorkó y Katalin. De los trece testigos, sólo tres pertenecían al sexo femenino.

 

LESBIANAS

 

Sucedió en los tiempos en los que aún no se conocía ninguna tenebrosa historia cuando Ibolja fue al castillo por orden de su madre, que la había canjeado por una hermosa pollera nueva. Tenía miedo. Nunca antes había estado en Csejthe ni en ningún otro castillo. Allí, todo era demasiado majestuoso y brillante. Jó Ilona le había ordenado que esperara a la que desde ese momento sería su ama. Cuando Ibolja la vio, imaginó inmediatamente de quien se trataba: aquella mujer tan hermosa, de mirada penetrante, debía ser la Condesa. Nunca había visto a nadie tan maravilloso. Parecía que todo el mundo se había borrado y que sólo existían la hermosa dama y ella. El corazón de Ibi se agitó, mientras la respiración se hacía más y más rápida. Quedó deslumbrada, sabiendo que la dulce esperanza de volver a verla sería eterna. Pocos días después, las malolientes sirvientas fueron a buscarla al dormitorio que compartía con otras costureras. La llevaron a los aposentos de Erzsébet y la hicieron desnudar. Su ilusión se extinguió enseguida: la hermosa Ibolja descubrió que no estaba allí para el amor sino para la muerte. "... Nunca pudieron aclararse los rumores acerca de la homosexualidad de la condesa, ignorándose si se trataba de una tendencia inconsciente o si, por lo contrario, la aceptó con naturalidad, como un derecho más que le correspondía", dice Alejandra Pizarnik al respecto. La Condesa maléfica poseía otro secreto, secreto susurrado que no ha podido esclarecer el tiempo, algo que se confesaba a sí misma o que ignoraba; tendencia equívoca de la que no se preocupaba o, quizá, derecho que se concedía junto con todos los demás. Pasaba por haber sido , además, lesbiana, agrega Penrose.

 

La escritora francesa y nuestra Alejandra no tienen la misma concepción acerca de la homosexualidad de Erzsébet. Para la primera, se trataría de una tendencia equívoca o de un derecho que se autoadjudicaba, comparable a su impunidad con el crimen. Para Pizarnik, podía tratarse de una tendencia relegada al mundo inconsciente o de un sentimiento que Erzsébet conocía y aceptaba como natural. Las adjetivaciones de una y otra escritora representan las diversas posturas que, en general, la sociedad tiene con la homosexualidad: cuestionamiento y repudio, o aceptación.

 

Por otra parte, Penrose también nos cuenta que al anochecer de una tarde de fiesta, Erzsébet quedó fascinada por el esplendor de una de sus primas (...). La noche fue avanzando y no se separaron. Surge una necesaria pregunta: ¿Qué revelaciones trajo a Erzsébet aquel esbozo de amor con un alter ego, réplica perfecta de su propia belleza? De ser verídica esta escena, no logramos entender cómo la misma mujer que se fascinaba con otras era capaz de asesinarlas sin contemplación ninguna. Cabe pensar que, de haberse permitido ser lesbiana, la Condesa, en lugar de asesinar mujeres, las habría amado. Si hubiera podido desplegar su lesbianismo - sofocado y desviado -en vez de bañarse con la sangre de la mujer, se habría nutrido de su amor. Creemos que a esta idea alude también Penrose cuando termina así su capítulo primero: Adiós, pues, a esos umbrales prohibidos de espejos donde se sientan dos sombras semejantes. Pero ir aún más allá, hasta no tener ya más que el crimen por comparsa, tal era el destino de Erzsébet Báthory. Por cierto, hay un parecido indiscutible entre la conducta de la Dama de Csejthe y la que generalmente tiene la lesbiana: ampararse en lo oscuro de la clandestinidad. Pero la Condesa no se escondía para amar sino para matar. Como algunas mujeres que, sometidas a mandatos que les prohiben quererse, con el yo dolorosamente quebrado se asesinan, mutilando y pervirtiendo su propio deseo y el de la otra.

 

Penrose explica la homosexualidad y la crueldad de nuestra Condesa diciendo que en lo referente a horóscopos femeninos, cualquier fase desfavorable que Mercurio reciba de la Luna, en relación, a su vez, con Marte, provoca una tendencia a la homosexualidad. He aquí por qué la lesbiana, con frecuencia es también sádica; el influjo de Marte, masculino y guerrero, la conduce y su mente, influida por las lanzas crueles no teme herir, en amor sobre todo, a lo hermoso, joven, enamorado y femenino. Pero hay otras formas de entender la crueldad de Erzsébet. Cuando un ser enamorado necesita, imperiosamente y por alguna razón, desprenderse del objeto de su pasión, muchas veces no tiene otra alternativa que hacerlo pedazos dentro de sí. En cambio Erzsébet - que en esto no sabía de símbolos - llevaba a la acción esos asesinatos. Es más. A algunas muchachas les quemaba el sexo con la llama de un cirio. Alejandra Pizarnik explica así esta singular relación placer - muerte, este siniestro erotismo mortífero: "El desfallecimiento sexual nos obliga a gestos y expresiones del morir (jadeos y estertores como de agonía, lamentos y quejidos arrancados por el paroxismo). Si el acto sexual implica una suerte de muerte, Erzsébet Báthory necesitaba de la muerte visible, elemental, grosera, para poder, a su vez, morir de esa muerte figurada que viene a ser el orgasmo".

 

"Como Sade en sus escritos, como Giles de Rais en sus crímenes, la condesa Báthory alcanzó, más allá de todo límite, el último fondo del desenfreno. Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible". Con estas palabras concluye Pizarnik su libro. Si por libertad absoluta entendemos aquel límite transgredido por la locura cruel, aceptamos la palabra libertad usada por Alejandra. Si no, nos parece más adecuado entender el sadismo de la Condesa como la consecuencia del resentimiento provocado por la obligación de obedecer rígidos e inhumanos mandatos . Como vano intento de escapar a éstos, ella recurría a la violencia, a la marginalidad y al encierro. Algo similar puede llegar a sucederle a algunas personas desterradas en ghettos: se vuelven crueles, hasta el extremo de destrozarse unas a otras.

 

Bibliografia - Capítulo VI

  • Bleichmar, Hugo: La depresión. Un estudio psicoanalítico. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires. 1976.
  • Burín, Mabel y otras: Estudios sobre la subjetividad femenina. Grupo Editor Latinoamericano. Bs. Aires. 1987.
  • Donovan, Frank: Historia de la brujería. Alianza Editorial.
  • Duby, Georges; Perrot, Michelle: Historia de las mujeres. Tomo 2- Taurus Ediciones. Madrid.1992
  • Eichenbaum, Luise; Orbach, Susie: Agridulce. Editorial Grijalbo. Méjico. 1989.
  • Parrinder, Geoffrey: La brujería Editorial Eudeba. Bueno Aires.1965.
  • Rouselle, Aline: Porneia. Del dominio del cuerpo a la privación sensorial. Editorial. Península. Barcelona. 1983.
  • Roux, Jean-Paul: La sangre. Mitos, símbolos y realidades. Editorial Península. Barcelona. 1990.
  • Ussher, Jane: La psicología del cuerpo femenino. Arias Montano Editores. Barcelona, 1991.

fuente
http://www.isabelmonzon.com.ar/prologo.htm

 
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