POESÍA SENSUAL
Abismo
Es un temblor reptando por mis venas
un susurro de notas que nos trajo el olvido
te sueño con angustia despierta en cada calle
y escucho tu canción con el miedo de todos los relojes
me desespero al fin por esta muda sombra que envuelve la
distancia
caminas por el filo de las horas como boca gigante
como engullendo el mundo que todavía me odia
como odiando mis ojos que sólo ven los tuyos en el aire
tiéndeme tu mirada rescátame del fondo
sálame de esta mar enfurecida de esta horrible condena
sólo quiero tu nombre doloroso
guardar para tus manos este ramo de besos infinitos.
LUIS ARRILLAGA (España, 1951)
Abro la boca para encontrar la lista de sueños…
Abro la boca para encontrar la lista de sueños que
hemos dejado a punto de saltar del tintero. Cierro
los ojos para soñar tus manos
desde entonces
desde que yo soñaba tus manos
esperándolas al anochecer
entre las palmeras y los vidrios rotos
acunados a la par del corazón.
Hace frío
tiemblan las pestañas tu invierno
saltan las madreperlas en vez de los sueños
vuelven sobre el calendario que cuelga detrás de la puerta
escribo yo este poema
pensando en acomodar nuevamente sobre el pecho
un sitio para la esperanza.
ROSARIO MURILLO (Nicaragua, 1951)
Al filo de la mañana
En una cama en penumbras,
hay dos cuerpos tendidos.
Respiran y libremente fluyen
como el agua muy pura.
Uno al otro se vuelven, y vagan remotos
por sus propias llanuras.
Sin relojes ni prisas, habitantes de sueños
que no logran compartir,
y ambos sienten su lejanía, y al sentirla
se palpan con la mirada.
Luego acuden las manos buscadoras,
dos manos que en la cama forman algo distinto,
algo que no les pertenece, y abre
un espacio sin dueño, vivo organismo
latiendo desprendido en un enlace efímero.
Diez dedos como diez ojos quieren trazar un puente,
por el que nadie pasa ni pasar puede.
La luz del mundo duda todavía en comenzar,
y sólo es cierto, y quizá real,
el calor inseguro de sus cuerpos tendidos.
ANTÓN ARRUFAT (Cuba, 1935)
Albedrío
De los escombros elige el que te guste.
Hay azules cielo despejado,
para aquellos que sueñan paraísos,
donde la luz no alcanza.
Hay verdes, como el vientre del bosque,
colmados de hojas y de alas.
Los hay rojos, como la sangre
que se vierte en cada guerra, en todo vino.
De los escombros elige el que te guste.
Hay variedad de grises olor a bruma.
El negro escondido en algún rincón de la penumbra.
El blanco páramo.
El que inventa el calor de la canícula.
Puedes llevar los colores del sol y de la flor,
acaso el lila, el magenta, el rosa.
Puedes llevar los colores de la luna y la semilla,
los oscuros colores de la tierra.
Puedes llevar el amarillo-dorado,
como el alba o la tarde,
como fruto maduro,
como ese viento que danza en los trigales.
De los escombros elige el que te guste.
Sólo tú sabes el color de tu miseria.
LUIS HERNANDO GUERRA (Colombia)
Allí, rubio sofoco de la siesta…
Allí, rubio sofoco de la siesta,
allí, mujer y espiga, entre las mieses,
allí fueron tus glorias y reveses
y la amapola -el grito- de tu fiesta.
Allí supiste todo lo que cuesta
el dejarse vivir -sin que supieses
que pagabas de más, aunque te dieses
de menos- en el curso de una siesta.
Una tarde de junio, como ésta…
Si, desde allí, donde me aguardas, vieses
de aquel sol tan en alto lo que resta…
Ve, ve, desnuda y sola, en estos meses
de estío, y no en la siesta, ve a la puesta
de sol, a recordar entre las mieses.
JUAN JOSÉ DOMENCHINA (1898-1960)
Amante fiel
Si fueras el pecado y su tragedia,
quien aplica tortura
o simplemente firma los papeles,
si te fueras con otro
o compartieras cama
conmigo y otros hombres,
si fueras de una secta,
monjita de clausura o esclava del Diablo,
si huyeras de mis ojos
y arropases los tuyos
con una causa injusta,
si asesinases a tus padres
o incluso a nuestros hijos,
si mintieses en todo
o fueses tan sincera
que tu palabra hiriese
como daga o venablo.
Si levantases cada minuto
un falso testimonio
sobre mí…
te seguiría amando.
LUIS FELIPE COMENDADOR (España, 1957)
Amor…
Vuelves a mí como la luna de noviembre.
Diamante en el color de naranja inmadura,
inmerso en un azul de noche sin distancia.
Vuelves aleteando recuerdos, cenizas sepultadas
en la profundidad de los volcanes. Poemario
sofocado entre rabias y penas y cansancio.
Regresas entre líricos versos sin destino,
con el aliento triste y resignado
del que se sabe preso de otro aliento
imprudente, prohibido, sin reclamos.
Yo me sé pasajera de tu barco sin rumbo.
Tú te sabes huracán de mi calma y mi noche.
Te miraré en la luna, lima limón, inmadura naranja.
Recoge tú la espuma de las olas nocturnas
que hecha espuma, me esconderé en tus manos.
FANNY GARBINI TÉLLEZ ( Argentina )
Amor, amo tus claras mocedades…
Amor, amo tus claras mocedades,
amo, Amor, tu recinto, tu pie leve;
amo tu amor amante, que conmueve
el reino de las tiernas heredades.
Estoy amando el lirio que se atreve
a juntar dos esbeltas soledades,
al que ha sido, en la frente de la nieve,
esposo de las albas suavidades.
Te estoy amando, Amor, con el anhelo
de las torres que radian tus preguntas.
Te estoy amando, mido tu consuelo,
apresuro la herida de tus puntas
y bajo hasta las piedras de mi cielo
para mirar, Amor, tus almas juntas.
ALFREDO CARDONA PEÑA (Costa Rica, 1917)
Ave del paraíso
Sos como una perdiz empollando, todo
el día en la cama; reina de la indolencia,
cuidando todo el día que no se vaya el calor.
Sacerdotisa mía, panadera,
dame esa hostia para ingresar al cuerpo
de la bondad; andariega, zapato tibio para insultar y acariciar.
Perdiz que viene volando y aterriza y queda suspendida
sobre mi corazón, como una escarapela, como una fiesta
nacional. Sal y harina. Pereza, panadera.
FRANCISCO URONDO (Argentina, 1930 – 1976)
Canción de la voz florecida
Yo sembraré mi voz en la carne del viento
para que nazca un árbol de canciones;
después me iré soñando músicas inaudibles
por los ojos sin párpados del llanto.
Colgada sobre el cielo dolido de la tarde
habrá una pena blanca, que no será la luna.
Será una fruta alta, recién amanecida,
una fruta redonda de palabras
sonoras, como un canto:
maravilla sonámbula de un árbol
crecido de canciones, semilla estremecida
en la carne florecida del viento:
-mi voz.
FRANKLIN MIESES BURGOS (República Dominicana, 1907 – 1976)
Clausura de lujuria
El deseo
procura archipiélagos vivos,
desmesura radiante, verdor,
sangre amazona.
Y sólo encuentra enjaulada furia.
Muslos abandonados
sin salario de espuma.
ANA EMILIA LAHITTE (Argentina)
Como una lenta piedra
La noche y sus lamentos
El rumor sordo de su respiración
No sé qué sangre fluye bajo el piso de la ciudad
Una imagen de mí como una lenta piedra
llega de las finales marejadas del día
de las horas quemadas por el sol
Viene del horizonte
De la línea dolida de la sombra
De las cenizas recientes del pasado
Del fondo de esta noche sin fronteras
En estos días he visto tantas cosas de mí
Me he aprendido en tu voz
En el atrevimiento de tus manos
En tu cuerpo arrojado al reposo después de la tormenta
reflejándome oyéndome
Te recuerdo de pie frente al espejo tocada apenas por la luz
Llenos de ti mis ojos Mis manos insaciables
El húmedo cabello derramado en el lecho
Tus hombros salpicados por la sombra
La lengua de la luz en tus caderas blancas
Al fino talle prendo garras dulces
Mis brazos de hacen alas y te envuelven
Hundo sobre la alfombra cascos de minotauro
Embisto
Rasgo
Aúllo
Me despeño
Soy agua derramada sobre ti
Soy la más tibia lengua
El río más tierno
Agua.
* * * * *
Ahora quiero gritar
Contárselo a mi sombra
A los geranios
Pero no
Hay ojos que vigilan
Cada ventana es una luz
La luz construye sombras
Oh amante
Sangre mía
¿A quién descenderán sobre nosotros?
Pero no
Hay ojos que vigilan
Cada ventana es una luz
La luz construye sombras
Oh amante
Sangre mía
¿A quién decirlo ahora?
Piedras descenderán sobre nosotros
Pero habrá que decírselo al frío y a mis manos
al perro y al silencio
Porque de otra manera
tanta felicidad me va a estallar adentro.
EFRAÍN BARTOLOMÉ ( México, 1950 )
Confesión
Yo huelo a ti.
Me persigue tu olor, me persigue y me posee.
No es este olor un perfume sobrepuesto sobre ti,
no es el aroma que llevas como una prenda más:
Es tu olor más esencial, tu halo único.
Y cuando ausente mi vacío te convoca,
una ráfaga de ese aliento me llega del lugar más tierno de la noche.
Yo huelo a ti
y tu olor me impregna después de estar juntos en el lecho,
y ese fino aroma me alimenta
y ese aliento esencial me sustituye.
Yo huelo a ti.
DARÍO JARAMILLO A. (Colombia, 1947)
Dame amor, dame olvido, dame tiempo
Dame tu pelo, dame
su ramo torrencial de jaspe vivo.
dame tus ojos, dame
sus ópalos en llamas que lastiman.
Dame tus dientes, dame
su brillo en el clavel y su dominio
que contiene el embate de mi lengua.
Dame tu pecho, dame
la copa deleitosa de miel tibia.
Dame tu muslo de oro,
el pubis de violetas y rocío.
Dame tu boca, dame
la oreja de hostia fina,
tu garganta de pájaro celeste.
Dame tus hombros, dame
la cadera caudal y la cintura,
el árbol, la serpiente de tu espalda,
tus piernas que se queman en el frío.
Dame tus uñas, dame
su filo de navaja y media luna
en la secreta oscuridad del cielo.
Dame tus manos largas
que saben anudar tanta delicia.
Tu axila de sal dame,
tus nalgas siempre vivas.
Como el agua cantando, atardeciendo,
como el aire de nieve y aleluya
me sumiré en tu mar, hablará el fuego.
Dame el mar que te habita costa a costa
y la niña fragancia de tus islas,
la campana que tiembla en el crepúsculo,
el sonido despierto, el que anochece.
Dame luz y palabras y silencio.
Dame tiempo y lugar, dame la nada,
dame amor, dame olvido, dame muerte.
FERNANDO GONZÁLEZ-URÍZAR ( Chile, 1922 )
De repente
De repente
se me hace extrañísimo tu nombre,
tu nombre escrito en un pupitre,
esas sílabas muertas
clavadas a la madera
entre rayas, palomas, una mosca,
una estrella, un rostro, un martillo y una hoz.
Tu nombre,
tu nombre hoy tan extraño,
alejado de ti, aquí, perdido.
Sólo tengo tu nombre en una mesa
en medio del silencio,
solamente esos maragatos sin sentido
y todo este espacio lleno de tu ausencia.
Sólo tengo mi alma destrozada
encima de esta mesa.
Toco la fría madera: estás ausente.
No quedan
huellas de ti en estas letras suicidas,
nada de la mano que las hizo bajo su corteza
nada de ti me queda en esta mañana sin tiempo.
Por qué,
por qué ahora me es tu nombre tan extraño,
por qué semeja sólo un espantajo tuerto,
una máscara vacía colgada de la nada,
una llanura sin dios.
Por qué
ya no te reconozco en tu nombre.
Llegarás de repente y yo ya no tendré
palabras para llamrte.
Tú también sentirás que algo se está rompiendo.
PILAR PALLARÉS (España, 1857)
Desnudo
tus ojos, lentamente,
entregan bruma o pájaros
de encendido silencio.
El mar vibra en la sombra.
tu cuerpo lentamente
se entreduerme y respira
en el centro del bosque.
La sombra se hace blanca.
en el sueño perdida,
desde los sueños surge
tu más secreta forma.
MARIO HERNÁNDEZ ( España, 1945 )
Desnuda en la tienda
No era coqueta
Era fuerte.
June Jordan
Necesito ropa, dijiste. Una blusa
alegre, de color subido. Y fuimos
a la tienda. La chica que nos llevó
a los vestidores se llamaba Tula.
Te queda rico, dijo, te queda de novela.
Nos metimos las dos en esa caja,
entrábamos apenas.
Como no había asientos ni percheros
te ofrecí mis brazos.
Te sacaste el vestido, la campera,
te sacaste la blusa, las hombreras,
te sacaste el turbante, la remera,
te sacaste el corpiño, la bolsita de mijo,
te miraste al espejo y me miraste
y yo vi tu pecho crudo, las costillas
al aire, y después tu corazón
como una piedra, fuerte y fatal
como una piedra.
MARÍA TERESA ANDRUETTO (Argentina)
Échale a él la culpa
¡Brindo por la mujer! ¡Quién pudiera caer en sus
brazos sin caer en sus manos!
Ambrose Bierce
A José María Alvarez y Carmen Marí
Hoy te has ido de fiesta con amigas,
y sin que tú lo sepas me regalas
un tiempo de estar solo que ya empieza
a ser raro en mi vida, un tiempo útil
para intentar pensar en ti como si fueras
lo que siempre debiste seguir siendo
cuando pensaba en ti: aquella persona,
en todo semejante a cualquier otra,
que una noche lejana tuvo el gesto
generoso y extraño de entregarme su amor.
Pero el amor nos cambia, nos convierte en espías
ridículos del otro, en implacables jueces
que condenan sin pruebas y comparten
sus estúpidas penas con el reo.
El amor nos confunde y trata ahora
de que vea en tu fiesta una traición.
Por huir de esa trampa me amenazo
con los nombres que cuadran al que en ella se enreda:
egoísta, ridículo, inseguro, celoso…
y como un ejercicio de humildad pienso en ti
divirtiéndote sola: te imagino bailando
y mirando a otros hombres;
al calor del alcohol
confiesas a una amiga algunas cosas
que te irritan de mí sin que yo lo sospeche,
y por unos instantes saboreas
una vida distinta que esta noche te tienta
porque eres humana, aunque no me haga gracia.
Ahora caigo en la cuenta de que dudas
como yo dudo a veces, y que también te aburres,
y que incluso algún día habrás soñado
follar como una loca con el tipo que anuncia
la colonia de moda.
Para calmarme un poco
tras la última idea, yo me digo
que el amor es un juego donde cuentan
mucho más los faroles que las cartas,
y procuro ponerme razonable,
pensar que es más hermoso que me quieras
porque existen las fiestas, y las dudas,
y los cuerpos de anuncio de colonia.
Lo que quiero que sepas es que entiendo
mejor de lo que piensas ciertas cosas,
que soy tu semejante, que he pensado besarte
cuando llegues a casa; y que es el amor
-ese tipo grotesco y marrullero-
el que va a hacerte daño con palabras
absurdas de reproche cuando vuelvas,
porque ya estás tardando, mala puta.
VICENTE GALLEGO (España, 1963)
El acorde
Estás conmigo, amor, en esta cama
que ya no estás: la asimetría,
como un diamante multiplica
la realidad: tu espacio trama
ese vacío -mas entre las sábanas
despojadas, la mente identifica
signos, la cicatriz antigua
de gestos, el olor de una gran playa
de agosto. Aquí vibra conmigo
la arena, el sol que no desciende
a las lágrimas: ¿cuerpo al que la muerte
aísla tras un muro sin sentido?
estás conmigo, amor, no busco nada
-el acorde de dos es una página.
LÁZARO SANTANA, ( España, 1940 )
El regalo
Quisiera regalarte un pedazo de mi falda,
hoy florecida como la primavera.
Un relámpago de color que detuviera tus ojos en mi talle
-brazo de mar de olas inasibles-
la ebriedad de mis pies frutales
con sus pasos sin tiempo.
La raíz de mi tobillo con su
eterno verdor,
el testimonio de una mirada que te dejara en el espejo
como arquetipo de lo eterno.
La voluble belleza de mi rostro, tan cerca de morir a cada instante
a fuerza de vivir apresurada.
La sombra de mi errante cuerpo
detenida en la propia esquina de tu casa.
Un abejeante sueño de mis pupilas
cuando resbalan hasta tu frente.
La hermosura de mi cara
en una doncellez de celajes.
La ribera de mi aniñada voz con tu sombra de increíble tamaño,
y el ileso lenguaje que no maltrata la palabra.
Mi alborozo de niña que vive el desabrigo
para que tú la cubras con la armadura de tu pecho.
O con la mano aérea del que va de viaje
porque su sangre submarina jamás se detiene.
La fiebre de mis noches con duendes y fantasmas
y la virginal lluvia del río más oculto.
Que a nivel del aire, de la tierra y el fuego,
el vientre como abanico despliega.
La espalda donde bordas tus manos
hinchadas de oleaje, de nubes y de dicha.
La pasión con que te desgarras
en el lecho del mismo torrente inabarcable
como si el mismo corazón se te hiciera líquido
y escapara de tu boca como un mar sediento.
El manojo de mis pies
despiertos andando sobre el césped.
Como si trémulos esperaran la inexpresada cita
donde sólo por el silencio quedaron las cadenas rotas.
Y en tus dedos apresado el apremio de la vida
que en libertad dejó tu sangre,
aunque con su cascada, con su racha,
los árboles del deshielo, algo de ti mismo destrozaran.
La cabellera que brota del aire
en líquidas miniaturas irrompibles
para que tus manos indemnes hagan nido
como en el sexo mismo de una rosa estremecida.
La entraña donde te sumerges como buscando estrellas
o el sabor a polvo que hará fértiles nuestros huesos.
La boca que te muerde
como si paladeara ríos de aromas;
o hincándote los dientes
matizara la vida con la muerte.
El tálamo en que mides mi cintura
en suave supervivencia intransitiva,
en viaje por la espuma difundido
o por la sangre encendida humanizado
el mundo en que vivo
estremecida de gestaciones inagotables.
El minuto que me unge de auroras
o de iridiscencias indescriptibles.
Como si el ritmo de tu efluvio soberano
salvaras el instante de miel inadvertida;
o dejaras en el mágico horizonte de luces apagadas
el tiempo desmedido y remedido.
en que apresados quedaran los sentidos
y al fin ya sin idioma, desnudos totalmente.
Como si ensayando el vuelo se quemaran las alas
o por tener cicatrices se extenuaran los brazos.
La piel que me viste, me contiene y resuma,
la que ata y desata mis ramajes.
La que te abre la blanca residencia de mi cuerpo
y te entrega su más íntimo secreto.
Mi vena, llaga viva, casi quemadura,
huella del fuego que me devora.
El nombre con que te llamo
para que seas el bienvenido.
El rostro que nace con la aurora
y se custodia de ángeles en la noche.
El pecho con que suspiro, el latido,
el tic-tac entrañable que ilumina tu llegada.
La sábana que te envuelve en tus horas de vigilia
y te deja cautivo en él duerme, sueño del amor.
Árbol de mi esqueleto
hasta con sus mínimas bisagras.
El recinto sombrío
de mis fémures extendidos.
La morada de mi cráneo, desgarrado lamento,
pequeña molécula de carne jamás humillada.
El orgullo sostenido de mis huesos
al que hasta con las uñas me aferro.
Mi canto perenne y obstinado
que en morada de lucha y esperanza defiendo.
La intemporal casa
que mi polvo amoroso te va ofreciendo.
El nivel del quebranto
o la herida que conmigo pudo haber terminado.
El llanto que me ha lavado
y que este pequeño cuerpo ha trascendido.
Mi sombra tendida
a merced de tu recuerdo.
CLEMENTINA SUÁREZ (Honduras, 1906-1992)