|
|
|
FANNY JEM WONG |
|
|
|
|
|
|
|
Baudelaire, Charles 3 |
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
BAUDELAIRE, CHARLES
TRADUCCIONES DE OTROS AUTORES:
A LA QUE PASA
La avenida estridente en torno de mí aullaba.
Alta, esbelta, de luto, en pena majestuosa,
pasó aquella muchacha. Con su mano fastuosa
Casi apartó las puntas del velo que llevaba.
Ágil y ennoblecida por sus piernas de diosa,
Me hizo beber crispado, en un gesto demente,
En sus ojos el cielo y el huracán latente;
El dulzor que fascina y el placer que destroza.
Relámpago en tinieblas, fugitiva belleza,
Por tu brusca mirada me siento renacido.
¿Volveré acaso a verte? ¿Serás eterno olvido?
¿Jamás, lejos, mañana?, pregunto con tristeza.
Nunca estaremos juntos. Ignoro adónde irías.
Sé que te hubiera amado. Tú también lo sabías.
Versión de José Emilio Pacheco
ALEGORÍA
Ésta es una mujer de rotunda cadera
que permite en el vino mojar su cabellera.
Las garras del amor , las mismas del granito.
Se ríe de la muerte y la depravación,
y, a pesar de su fuerte poder de destrucción,
las dos han respetado hasta ahora, en verdad,
de su cuerpo alto y firme la altiva majestad.
Anda como una diosa y tiende sultana,
siente por el placer fe mahometana.
Y cuando abre los brazos, sus pechos soberanos
demanda la mirada de todos los humanos.
Ella sabe, ella sabe, ¡oh doncella infecunda!,
necesaria, no obstante a la caterva inmunda,
que la beldad del cuerpo es un sublime don
que de cualquier infamia asegura el perdón.
Ella ignora el infierno y purgatorio ignora,
y mirará por eso, cuando le llegue la hora,
la cara de la muerte en un tan duro momento,
como un niño: sin odio sin remordimiento.
Versión de María Fasce
EL BALCÓN
¡Madre de los recuerdos! ¡Reina de los amantes!
Eres todo mi gozo, ¡todo mi yugo eres!
En ti revivirán los íntimos instantes
y el sabor del hogar en los atardeceres,
Madre de los recuerdos, ¡Reina de los Amantes!
Las noches que doraba la crepitante lumbre,
las noches del balcón entre un vaho de rosas,
cuán dulce tu regazo, de ardiente mansedumbre
y el frecuente decirnos inolvidables cosas
en noches que doraba la crepitante lumbre.
¡Oh cuán bellos los soles de las tibias veladas!
¡Qué profundo el espacio! ¡Qué cordial poderío¡
Inclinado hacia ti, Reina de las amadas,
respiraba el perfume de tu cuerpo bravío.
Oh cuán bellos los soles de las tibias veladas.
En redor espesaba la noche su negrura
y entre ella adivinaban mis ojos tus pupilas,
yo libaba tu aliento. ¡Oh veneno! ¡Oh dulzura!
Y tus pies dormitaban en mis manos tranquilas,
y en redor espesaba la noche su negrura.
¡Es de artistas fijar los minutos del gozo
remirando el ayer sumido en tus rodillas!
¿A qué vano buscar encanto langoroso,
de tu cuerpo y tu alma sino en las maravillas?
Es de artistas fijar los minutos del gozo.
Juramentos, aromas, besos innumerables:
renacerán del vórtice vedado a nuestras sondas
como soles que suben a cielos inefables
después de sumergidos en las amargas ondas?
¡Oh aromas, juramentos! ¡Oh besos incontables!
Versión de Carlos López Narváez
EL ENEMIGO
Mi juventud no fue sino oscura tormenta
que rara vez el Sol cortó con luz brillante,
trueno y lluvia ejercieron tan repetida afrenta
que en mi jardín no existen los frutos incitantes.
Yo que toqué el otoño del pensamiento azadas
tendré que usar, rastrillos y palas poderosas,
para juntar de nuevo las tierras inundadas
donde los agujeros son grandes como fosas.
Quién sabe si las nuevas flores que yo he soñado
encontrarán en este territorio lavado
el místico alimento que las vaya elevando!
Oh dolor de dolor! Corre el tiempo, la vida,
y el oscuro enemigo que nos va desangrando
crece y se fortifica con la sangre perdida!
Versión de Pablo Neruda
EL EXTRANJERO
-¿A quién quieres más, hombre enigmático, dime, a tu padre, a tu madre,
a tu hermana o a tu hermano?
-Ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano tengo.
-¿A tus amigos?
-Empleáis una palabra cuyo sentido, hasta hoy, no he llegado a conocer.
-¿A tu patria?
-Ignoro en qué latitud está situada.
-¿A la belleza?
-Bien la querría, ya que es diosa e inmortal.
-¿Al oro?
-Lo aborrezco lo mismo que aborrecéis vosotros a Dios.
-Pues ¿a quién quieres, extraordinario extranjero?
-Quiero a las nubes…, a las nubes que pasan… por allá…. ¡a las nubes
maravillosas!
EL GUSTO DE LA NADA
¡Triste espíritu, antaño amante de la lucha,
la Esperanza, cuya espuela excitaba tu ardor,
no quiere ya montarte! Échate sin pudor,
viejo caballo cuyas patas tropiezan en todos los obstáculos.
Resígnate, corazón mío; duerme tu sueño de bruto.
¡Espíritu vencido, extenuado! Para ti, viejo merodeador,
el amor no tiene ya sabor, ni tampoco la lucha;
¡adiós, pues, cantos del metal y suspiros de la flauta!,
¡placeres, no tentéis ya a un corazón sombrío y gruñón!
¡La adorable Primavera ha perdido su olor!
Y el Tiempo me devora minuto tras minuto,
como la nieve inmensa a un cuerpo afectado por la rigidez;
contemplo desde lo alto el globo de su redondez,
y ya no busco en él el abrigo de una choza.
Alud, ¿quieres arrastrarme en tu caída?
EL PERFUME
Lector: -¿Alguna vez, por suerte has respirado
con morosa embriaguez, con avidez golosa
el incienso que invade la nave silenciosa,
o el pomo que de ámbar un tiempo fue colmado?
¡Oh mágico, profundo portento alucinado,
presencia revivida de evocación brumosa,
cuando sobre su cuerpo puedo aspirar la rosa
de la sepulta imagen, del recuerdo adorado!
Selváticos efluvios se propagan al vuelo
del espeso y elástico madejón de su pelo,
como un incensario que sahuma la alcoba.
Y de las muselinas y el terciopelo oscuro
de los trajes, de todo, fluye, en hálito puro,
negro aroma gemelo del lecho de caoba.
Versión de: Carlos López Narváez
EL RELOJ
Los chinos ven la hora en los ojos de los gatos. Cierto día, un misionero que se paseaba por un arrabal de Nankin advirtió que se le había olvidado el reloj, y le preguntó a un chiquillo qué hora era.
El chicuelo del Celeste Imperio vaciló al pronto; luego, volviendo sobre sí, contestó: «Voy a decírselo.» Pocos instantes después presentose de nuevo, trayendo un gatazo, y mirándole, como suele decirse, a lo blanco de los ojos, afirmó, sin titubear: «Todavía no son las doce en punto.» Y así era en verdad.
Yo, si me inclino hacia la hermosa felina, la bien nombrada, que es a un tiempo mismo honor de su sexo, orgullo de mi corazón y perfume de mi espíritu, ya sea de noche, ya de día, en luz o en sombra opaca, en el fondo de sus ojos adorables veo siempre con claridad la hora, siempre la misma, una hora vasta, solemne, grande como el espacio, sin división de minutos ni segundos, una hora inmóvil que no está marcada en los relojes, y es, sin embargo, leve como un suspiro, rápida como una ojeada.
Si algún importuno viniera a molestarme mientras la mirada mía reposa en tan deliciosa esfera; si algún genio malo e intolerante, si algún Demonio del contratiempo viniese a decirme: «¿Qué miras con tal cuidado? ¿Qué buscas en los ojos de esa criatura? ¿Ves en ellos la hora, mortal pródigo y holgazán?» Yo, sin vacilar, contestaría: «Sí; veo en ellos la hora. ¡Es la Eternidad!»
¿Verdad, señora, que éste es un madrigal ciertamente meritorio y tan enfático como vos misma? Por de contado, tanto placer tuve en bordar esta galantería presuntuosa, que nada, en cambio, he de pediros.
EL VAMPIRO
Tú que, como una cuchillada;
Entraste en mi dolorido corazón.
Tú que, como un repugnante tropel
De demonios, viniste loca y adornada,
Para hacer de mi espíritu humillado
Tu lecho y tu dominio.
¡Infame!, a quien estoy ligado
Como el forzado a su cadena,
Como al juego el jugador empedernido,
Como el borracho a la botella,
Como a la carroña los gusanos.
-¡Maldita, maldita seas tú!
Supliqué a la rápida espada
Que conquistara mi libertad
Y supliqué al pérfido veneno
Que sacudiera mi ruindad.
¡Ay! el veneno y la espada.
Me desdeñaron diciéndome:.
-No eres digno de que se te libere
De tu esclavitud maldita.
-¡Imbécil! -Si de su dominio
Te libraron nuestros esfuerzos,
Tus besos resucitarían
El cadáver de tu vampiro.
Versión de María Fasce
EL VINO DE LOS AMANTES
¡Hoy es espléndido el espacio!
Sin freno, ni espuelas, ni brida,
Partamos a lomos del vino
Hacia un cielo divino y mágico.
Cual dos ángeles torturados
Por implacable calentura
En el cristal azul del alba
Sigamos tras el espejismo.
Balanceándonos sobre el ala
Del torbellino inteligente,
En un delirio paralelo,
Hermana, navegando juntos,
Huiremos sin reposo o tregua
Al paraíso de mis sueños.
El «YO PECADOR» DEL ARTISTA
¡Cuán penetrante es el final del día en otoño! ¡Ay! ¡Penetrante hasta el dolor! Pues hay en él ciertas sensaciones deliciosas, no por vagas menos intensas; y no hay punta más acerada que la de lo infinito.
¡Delicia grande la de ahogar la mirada en lo inmenso del cielo y del mar! ¡Soledad, silencio, castidad incomparable de lo cerúleo! Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y aislamiento,
de mi existencia irremediable, melodía monótona de la marejada, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza de la divagación el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin
argucias, sin silogismos, sin deducciones.
Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad.
La energía en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Mis nervios, harto tirantes, no dan más que vibraciones chillonas, dolorosas.
Y ahora la profundidad del cielo me consterna; me exaspera su limpidez. La insensibilidad del mar, lo inmutable del espectáculo me subleva… ¡Ay! ¿Es fuerza eternamente sufrir, o huir de lo bello eternamente? ¡Naturaleza encantadora, despiadada, rival siempre victoriosa, déjame! ¡No tientes más a mis deseos y a mi orgullo! El estudio de la belleza es un duelo en que el artista da gritos de terror antes de caer vencido.
EMBRIÁGUENSE
Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.
Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.
Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:
“¡Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo,
¡embriáguense, embriáguense sin cesar!
De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.
INVITACIÓN AL VIAJE
Mi hermana, mi ser,
sueña en el placer
de juntar las vidas en tierra distante;
y en un lento amar,
amando expirar
en aquel país a Ti semejante.
Los húmedos soles
de sus arreboles
mi alma conturban con el mismo encanto
de tus agoreros
ojos traicioneros
cuando resplandecen a través del llanto.
Allá todo es rítmico, hermoso
y sereno esplendor voluptuoso.
Pulieron los años
suntuosos escaños
que serán la muelle pompa de la estancia
donde los olores
de exóticas flores
vagan entre ‘una ambarina fragancia.
La rica techumbre,
la ilímite lumbre
que dan los espejos con magia oriental,
hablaran con voces
de incógnitos goces
al alma en su dulce lenguaje natal.
Allá todo es rítmico, hermoso
y sereno esplendor voluptuoso.
Mira en las orillas
las dormidas quillas
de innúmera ruta, de sino errabundo:
siervas de tu anhelo,
su marino vuelo
tendieron de todos los puertos del mundo.
Ponentinos lampos
revisten los campos,
la senda, la orilla. Cárdeno capuz
de oro y jacinto,
por el orbe extinto
difunde la tarde su cálida luz.
Allá todo es rítmico, hermoso
y sereno esplendor voluptuoso.
Versión de Carlos López Narváez
LA BELLEZA
Yo soy bella, ¡oh mortales! , como un sueño de piedra.
Mi seno -donde el hombre se desangra y expira-
Mudo, infinito amor al poeta le inspira,
Coronada de rosas lo mismo que de yedra.
Campea en el azul -esfinge impenetrable-:
Bajo alburas de cisne llevo un alma de nieve;
Odio los movimientos que las líneas remueve;
Lo mismo ignoro el llanto que la risa inefable.
Los poetas, absortos frente a mis actitudes
-Que asumidas parecen de altivas magnitudes-
Consumirán sus días sondando las edades;
Que tengo para embrujo de amadores tan fieles,
-Espejos que trasmutan las guijas en joyeles-
Mis ojos, grandes ojos, de eternas claridades.
Versión de Carlos López Narváez
LA DESESPERACIÓN DE LA ANCIANA
La viejecilla arrugada sentíase llena de regocijo al ver a la linda criatura festejada por todos, a quien todos querían agradar; aquel lindo ser tan frágil como ella, viejecita, y como ella también sin dientes ni cabellos.
Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables.
Pero el niño, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos.
Entonces la viejecilla se retiró a su soledad eterna, y lloraba en un rincón, diciendo: «¡Ay! Ya pasó para nosotras, hembras viejas, desventuradas, el tiempo de agradar aun a los inocentes; ¡y hasta causamos horror a los niños pequeños cuando vamos a darles cariño!»
LA DESTRUCCIÓN
El demonio a mi lado acecha en tentaciones;
como un aire impalpable lo siento en torno mío;
lo respiro, lo siento quemando mis pulmones
de un culpable deseo con que, en vano, porfío.
Toma a veces la forma, sabiendo que amo el arte,
de la más seductora de todas las mujeres;
con pretextos y antojos que no hecho a mala parte
acostumbra mis labios a nefandos placeres.
Cada vez más, me aleja de la dulce mirada
de Dios, dejando mi alma jadeante, fatigada
en medio de las negras llanuras del hastío.
Y pone ante mis ojos llenos de confesiones,
heridas entreabiertas, espantosas visiones…
la destrucción preside este corazón mío.
Versión de María Fasce
LA ESTÉRIL
Con su veste ondulante, de visos nacarados
-aún cuando camina parece que danzara-
cual ágiles serpientes que en la mágica vara
y en cadencias concitan los juglares sagrados;
Como la arena fosca y el azul inclemente
-una y otro impasibles ante el dolor humano;
como la red sin fondo del artero océano,
va desplegando Ella su mirar indolente.
Tersos, fingen sus ojos un metal agorero
-amalgama de oro, gemas, lampos de acero-
suma del ángel puro y la esfinge profunda,
y en su naturaleza simbólica y extraña
esplende para siempre, con su inútil entraña,
la fría majestad de la hembra infecunda.
Versión de Carlos López Narváez
LA FUENTE DE SANGRE
Creo sentir, a veces que mi sangre en torrente
se me escapa en sollozos lo mismo que una fuente.
Oigo perfectamente su queja dolorida,
pero me palpo en vano para encontrar la herida.
Corre como si fuera regando un descampado,
y en curiosos islotes convierte el empedrado,
apagando la sed que hay en toda criatura
y tiñendo doquiera de rojo la Natura.
A menudo también del vino he demandado
que aplaque por un día mi terror. ¡Pero el vino
torna el mirar más claro y el oído más fino.
Tampoco en el amor el olvido he encontrado:
ha sido para mí un lecho de alfileres,
hecho para saciar la sed de las mujeres.
Versión de Eduardo Ritter
LA PIPA
Soy la pipa de un escritor:
dice bien claro mi pergeño
de cafre, que tengo por dueño
un refinado fumador.
Al agobio de su labor
se agita mi flabel risueño
igual que el penacho hogareño
a la vuelta del labrador.
Mecer su corazón yo gusto
en el móvil azul arbusto
nacido en mi boca de fuego.
Y extiendo con mi beso ardiente
sobre su espíritu doliente
unción de encanto y de sosiego.
Versión de Carlos López Narváez
LA SERPIENTE QUE DANZA
¡Cuánto gozo al mirar, dulce indolente,
Tu corpóreo esplendor
Como si fueran seda iridiscente
Tu piel y su fulgor.
Y sobre tu profunda cabellera
De un ácido aromar
-Cual un mar errabundo, sin ribera,
En azul ondular;
Como bajel que despertó del sueño
Al viento matinal,
Lanzo mi alma en soñador empeño
Hacia el piélago astral.
En tu mirada que nada revela
De dulzura ni hiel,
Mezcla de oro y hierro se congela
Para el doble joyel.
Mirando la cadencia con que avanzas
Bella de lasitud,
Dijéranse las serpentinas danzas
Al ritmo del laúd.
Agobiada de un fardo de molicie
Tu cabeza infantil
Se balancea como en la planicie
Una leona febril.
Y tu cuerpo se inclina y se distiende
Como un ebrio bajel,
Y va de borda en borda mientras hiende
Las aguas su proel.
Cual la onda engrosada por las fuentes
Del rugidor glaciar ,
Cuando asoman al filo de tus dientes
Espuma y pleamar,
Creo beber un vino -sangre y llama,
Sima y elevación-,
Un vino que me inunda, que me inflama
De astros el corazón.
Versión de Carlos López Narváez
64. MADRIGAL TRISTE
¿Qué me importa que seas casta? Sé bella y triste.
Las lágrimas aumentan de tu faz el encanto.
Reverdece el paisaje de la fuente al quebranto;
la tormenta a las flores de frescura reviste.
Eres más la que amo si la melancolía
consterna tu mirada; si en lago de negrura
tu corazón naufraga; si el ayer su pavura
tiende sobre tus horas como nube sombría.
Eres la Bien-Amada si tu pupila vierte
-tibia como la sangre- su raudal; si aunque blanda
mi caricia te arrulle, lenta y ruda se agranda
tu angustia con el trémulo presagio de la muerte.
¡Oh voluptuosidades profundas y divinas!
¡Salmo de los deleites entonado en sollozos!
Tus ojos, como perlas, son fuegos misteriosos
con que las interiores penumbras iluminas.
Tu corazón es fragua; la pasión insepulta
como ascua inextinta, dispersa su destello;
y bajo la celeste blancura de tu cuello
un poco de satánica rebeldía se oculta.
Pero en tanto, Adorada, que no pueblen tus sueños
pesadillas sin término, reflejos avernales,
y en lívidas visiones de azufre mil puñales
tajen tu carne ebria de filtros y beleños,
y a todas las quimeras pávida esclavizada
el augurio funesto mires a cada paso,
y convulsa te acojas al letárgico abrazo
del tedio irresistible que anuncia la alborada.
Tú no podrás, -oh sierva que me impones tu ley
y a tu amor me encadenas perversa y temblorosa,
decirme desde el antro de la noche morbosa,
con el alma en un grito: Yo soy tú mismo, ¡oh Rey!
Versión de Carlos López Narváez
RECOGIMIENTO
Cálmate, dolor mío, y tu angustia serena.
Anhelabas la noche. Ya desciende. Aquí está.
Una atmósfera oscura cubre a París. Traerá
a unos cuantos la paz, a otros muchos la pena.
Mientras la muchedumbre que se rinde al placer
Su verdugo inclemente por las calles anhela
Cazar remordimientos bajo la fiesta en vela,
Tú, dolor, ven a mí. Dame la mano al ver
Que es posible escaparse de los ya muertos años
Con sus antiguos trajes en el balcón celeste.
Ya brotan, como salen del mar, los desengaños,
Cuando el sol, bajo un arco, se muere en lontananza.
Ahora, tal un sudario que desciende del este.
Observa, mi dolor: la inmensa noche avanza.
Versión de José Emilio Pacheco
REMORDIMIENTO PÓSTUMO
Cuando duermas por siempre, mi amada Tenebrosa,
tendida bajo el mármol de negro monumento
y por tibia morada y por solo aposento
tengas, no más, el antro húmedo de la fosa;
Cuando oprima la piedra tu carne temblorosa,
y le robe a tus flancos su dulce rendimiento,
acallará por siempre tu corazón violento,
detendrá para siempre tu andanza vagarosa.
La tumba, confidente de mi anhelo infinito
(compasivo refugio del poeta maldito)
a tu insomnio sin alba dirá con gritos vanos:
“Cortesana imperfecta -¿de qué puede valerte
denegarle a la Vida lo que hoy llora la muerte”?
Mientras -¡pesar tardío!- te roen los gusanos.
Versión de Carlos López Narváez
73. SONETO DE OTOÑO
Me preguntan tus ojos, claros como el cristal,
para ti, extraño amante, ¿cuál es mi atractivo?
-¡Sé encantadora y cállate! Mi corazón, al que todo irrita
excepto el candor del animal primitivo,
no quiere descubrirte su secreto infernal.
Berceuse cuya mano al dulce sueño invita,
ni su negra leyenda escrita con llamas.
¡Odio la pasión y el ingenio me duele!
Amémonos con dulzura. El amor en su garita,
tenebroso, emboscado, blande su arco cruel.
Conozco las armas de su perfecto arsenal.
¡Crimen, horror y locura! ¡Oh, pálida margarita!
¿Acaso, como yo, no eres tú un sueño otoñal,
también tú, mi tan fría y pálida Margarita?
Versión de María Fasce
TE ADORO IGUAL
Te adoro igual que a la bóveda nocturna,
¡oh vaso de tristeza, gran taciturna!
Y te amo tanto más, bella, cuanto más me huyes;
y cuanto más me pareces encanto de mis noches,
irónicamente aumentar la distancia
que separa mis brazos de la inmensidad azul.
Avanzo en los ataques y trepo en los asaltos
como junto a un cadáver un coro de gusanos,
y amo tiernamente, bestia implacable y cruel,
incluso tu frialdad, que aumenta tu belleza.
Versión de María Fasce
ÚLTIMOS SUSPIROS DE UN PARNASIANO
Klop, klip, klop, klop, klip, klop.
Desgranando gota a gota su rítmico sollozo,
En los pilones de la fuente donde el agua duerme inmóvil,
Un surtidor es el único en turbar la plácida y tranquila noche.
Qué silencio! Se diría que este globo aletargado
Sobre aterciopeladas olas hacia el infinito se desliza.
Allá en lo alto, a miles de millones de lenguas acribillando el
Espacio,
Peregrinos ahítos de las azules soledades,
Ajenos a los mártires que sobre sus flancos pululan,
Enredando sin fin sus orbe indolentes,
-Oasis de miseria o cadáveres de mundos-
Las doradas esferas circulan errantes de concierto.
Alma mía, olvidemos todo! Soltemos las riendas de oro
A las contemplaciones que su vuelo despliegan,
Las estrofas en mi seno permanecen alicaídas…
Por qué razón someterlas a un metro rebelde!
Nada quiero saber, el vértigo enervante
Me arrulla en los pliegues de su abismo movedizo…
Me fundo dulcemente… Estoy muerto, nada… ni siquiera la certeza
De oír el surtidor puntuar gota a gota
El eterno silencio de un rítmico sollozo.
Klop, klip, klop, klop, klip, klop…
UN HEMISFERIO EN UNA CABELLERA
Déjame respirar mucho tiempo, mucho tiempo, el olor de tus cabellos; sumergir en ellos el rostro, como hombre sediento en agua de manantial, y agitarlos con mi mano, como pañuelo odorífero, para sacudir recuerdos al aire.
¡Si pudieras saber todo lo que veo! ¡Todo lo que siento! ¡Todo lo que oigo en tus cabellos! Mi alma viaja en el perfume como el alma de los demás hombres en la música.
Tus cabellos contienen todo un ensueño, lleno de velámenes y de mástiles; contienen vastos mares, cuyos monzones me llevan a climas de encanto, en que el espacio es más azul y más profundo, en que la atmósfera está perfumada por los frutos, por las hojas y por la piel humana.
En el océano de tu cabellera entreveo un puerto en que pululan cantares melancólicos, hombres vigorosos de toda nación y navíos de toda forma, que recortan sus arquitecturas finas y complicadas en un cielo inmenso en que se repantiga el eterno calor.
En las caricias de tu cabellera vuelvo a encontrar las languideces de las largas horas pasadas en un diván, en la cámara de un hermoso navío, mecidas por el balanceo imperceptible del puerto, entre macetas y jarros refrescantes.
En el ardiente hogar de tu cabellera respiro el olor del tabaco mezclado con opio y azúcar; en la no-che de tu cabellera veo resplandecer lo infinito del azul tropical; en las orillas vellosas de tu cabellera me emborracho con los olores combinados del algodón, del almizcle y del aceite de coco.
Déjame morder mucho tiempo tus trenzas, pesadas y negras. Cuando mordisqueo tus cabellos elásticos y rebeldes, me parece que como recuerdos.
DE “LAS FLORES DEL MAL:
Versiones de Ignacio Caparrós
(Ed. Alhulia. Colección “Crisálida”, nº 20. Granada, 2001)
II- EL ALBATROS
Por divertirse a veces suelen los marineros
cazar a los albatros, aves de envergadura,
que siguen, en su rumbo indolentes viajeros,
al barco que se mece sobre la amarga hondura.
Apenas son echados en la cubierta ardiente,
esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
sus grandes alas blancas abaten tristemente
como remos que arrastran a sus cuerpos pegados.
¡Este viajero alado, oh qué inseguro y chico!
¡Hace poco tan bello, qué débil y grotesco!
¡Uno con una pipa le ha chamuscado el pico,
imita otro su vuelo con renqueo burlesco!
El Poeta es semejante al príncipe del cielo
que puede huir las flechas y el rayo frecuentar;
entre mofas y risas exiliado en el suelo,
sus alas de gigante le impiden caminar.
IV- CORRESPONDENCIAS
La creación es un templo donde vivos pilares
hacen brotar a veces vagas voces oscuras;
por allí pasa el hombre a través de espesuras
de símbolos que observan con ojos familiares.
Como ecos prolongados que a lo lejos se ahogan
en una tenebrosa y profunda unidad,
inmensa cual la noche y cual la claridad,
perfumes y colores y sonidos dialogan.
Laten frescas fragancias como carnes de infantes,
verdes como praderas, dulces como el oboe,
y hay otras corrompidas, gloriosas y triunfantes,
de expansión infinita sus olores henchidos,
como el almizcle, el ámbar, el incienso, el aloe,
que los éxtasis cantan del alma y los sentidos.
X- EL ENEMIGO
Mi juventud fue sólo tenebrosa tormenta,
por rutilantes soles cruzada acá y allá;
relámpagos y lluvias la hicieron tan violenta,
que en mi jardín hay pocos frutos dorados ya.
De las ideas hoy al otoño he llegado,
y rastrillos y pala ahora debo emplear
para igualar de nuevo el terreno inundado,
donde el agua agujeros cual tumbas fue a cavar.
¿Quién sabe si las flores nuevas que en sueño anhelo
hallarán como playas en el regado suelo
el místico alimento que les diera vigor?
-¡Dolor!, ¡dolor! ¡El Tiempo, ay, devora la vida,
y el oscuro Enemigo que roe nuestro interior
con nuestra propia sangre crece y se consolida!
XIV- EL HOMBRE Y LA MAR
¡Para siempre, hombre libre, a la mar tu amarás!
Es tu espejo la mar; mira, contempla tu alma
en el vaivén sin fin de su oleada calma,
y tan hondo tu espíritu y amargo sentirás.
Sumergirte en el fondo de tu imagen te dejas;
con tus ojos y brazos la estrechas, y tu ardor
se distrae por momentos de su propio rumor
al salvaje e indomable resonar de sus quejas.
Oscuros a la vez ambos sois y discretos:
hombre, nadie sondeó el fondo de tus simas,
tus íntimas riquezas, oh mar, a nadie arrimas,
¡con tan celoso afán calláis vuestros secretos!
Y en tanto van pasando los siglos incontables
sin piedad ni aflicción vosotros os sitiáis,
de tal modo la muerte y la matanza amáis,
¡oh eternos combatientes, oh hermanos implacables!
XVII- LA BELLEZA
Bella soy, ¡oh mortales!, como un sueño de piedra,
y mi seno, que a todos siempre ha martirizado,
para inspirar amor a los poetas medra
a la materia igual, inmortal y callado.
En el azul impero, incomprendida esfinge;
al blancor de los cisnes uno un corazón frío;
detesto el movimiento que a las líneas refringe,
y nunca lloro como jamás tampoco río.
Los poetas, al ver mis grandes ademanes,
que parecen prestados de altivos edificios,
consumirán sus días en austeros afanes;
Pues, para fascinar a amantes tan propicios,
tengo puros espejos que hacen las cosas bellas:
¡mis ojos, tan profundos, como eternas centellas!
XXXIII- REMORDIMIENTO PÓSTUMO
Cuando en el fondo duermas, mi bella tenebrosa,
de una tumba de mármol denegrido construida,
y ya tan sólo tengas por alcoba o guarida
una cueva lluviosa y una profunda fosa;
Cuando oprima la losa tu carne temblorosa
y tus flancos doblados con encanto tendida,
y el latir y el querer a tu pecho le impida,
Y a tus pies el correr su carrera azarosa,
La tumba, confidente de mi sueño infinito,
(porque la tumba siempre comprenderá al poeta),
en esas largas noches en que el sueño es proscrito,
Te dirá: “¿De qué os sirve, cortesana indiscreta,
lo que los muertos lloran no haber conocimiento?”
-Y te roerá el gusano como un remordimiento.
LXVI- LOS GATOS
Los amantes fervientes y los sabios austeros
adoran por igual, en su estación madura,
al orgullo de casa, la fuerza y la dulzura
de los gatos, tal ellos sedentarios, frioleros.
Amigos de la ciencia y la sensualidad,
al horror de tinieblas y al silencio se guían;
los fúnebres corceles del Erebo serían,
si pudieran al látigo ceder su majestad.
Adoptan cuando sueñan las nobles actitudes
de alargadas esfinges, que en vastas latitudes
solitarias se duermen en un sueño inmutable;
Mágicas chispas yerguen sus espaldas tranquilas,
y partículas de oro, como arena agradable,
estrellan vagamente sus místicas pupilas.
LXXVII- SPLEEN
Yo soy como ese rey de aquel país lluvioso,
rico, pero impotente, joven, aunque achacoso,
que, despreciando halagos de sus cien concejales,
con sus perros se aburre y demás animales.
Nada puede alegrarle, ni cazar, ni su halcón,
ni su pueblo muriéndose enfrente del balcón.
La grotesca balada del bufón favorito
no distrae la frente de este enfermo maldito;
en cripta se convierte su lecho blasonado,
y las damas, que a cada príncipe hallan de agrado,
no saben ya encontrar qué vestido indiscreto
logrará una sonrisa del joven esqueleto.
el sabio que le acuña el oro no ha podido
extirpar de su ser el humor corrompido,
y en los baños de sangre que hacían los Romanos,
que a menudo recuerdan los viejos soberanos,
reavivar tal cadáver él tampoco ha sabido
pues tiene en vez de sangre verde agua del Olvido.
Versión de Ignacio Caparrós
(Ed. Alhulia. Colección “Crisálida”, nº 20. Granada, 2001)
|
|
|
|
|
|
|
|
|
FANNY JEM WONG |
|
|
|
|
|
|
No hay ningún link agregado, que hayan sido ya mandados por más de un usuario a ésta página!
Debe quedarse este link aquí? Entonces inscríbete aquí: => Inscripción |
|
|
|
|
|
|
|
Facebook botón-like |
|
|
|
DE MIS MANOS BROTARÁN AMAPOLAS ROJAS COMO LA SANGRE 1162616 visitantes¡Aqui en esta página! |