Biografía
Víctor Hugo
Victor Marie Hugo
(1802-1885)
Poeta, novelista y dramaturgo francés cuyas voluminosas obras constituyeron un gran impulso, quizá el mayor dado por una obra singular, al romanticismo en aquel país. Hugo nació el 26 de febrero de 1802, en Besançon, y fue educado tanto con tutores particulares como en escuelas privadas de París. Era un niño precoz, que a muy corta edad decidió convertirse en escritor. En 1817 la Academia Francesa le premió un poema y, cinco años más tarde, publicó su primer volumen de poemas, Odas y poesías diversas, que fue seguido por las novelas Han ’Islande (1823) y Bug-Jargal (1824), y por los poemas de Odas y baladas (1826). En el prefacio de su extenso drama histórico Cromwell (1827), Hugo plantea un llamamiento a la liberación de las restricciones que imponían las tradiciones del clasicismo. Este encendido llamamiento se convirtió muy pronto en el manifiesto del romanticismo. La censura recayó sobre la segunda obra teatral de Hugo, Marion de Lorme (1829), basada en la vida de una cortesana francesa del siglo XVII, por considerarla demasiado liberal. Hugo se resarció de la censura el 25 de febrero de 1830, cuando su obra teatral en verso, Hernani, tuvo un tumultuoso estreno que aseguró el éxito del romanticismo. Hernani fue adaptada por el compositor italiano Giuseppe Verdi y dio como resultado su ópera Ernani (1844).
El periodo 1829-1843 fue el más productivo de la carrera de Victor Hugo. Su gran novela histórica Nuestra Señora de París (1831), un cuento que se desarrolla en el París del siglo XV, le hizo famoso y le condujo al nombramiento de miembro de la Academia Francesa en 1841. En otra novela de esta etapa, Claude Gueux (1834), condenó elocuentemente los sistemas penal y social de la Francia de su tiempo. Escribió varios volúmenes de poesía lírica que fueron muy bien recibidos. Entre ellos se cuentan Orientales (1829), Hojas de otoño (1831), Los cantos del crepúsculo (1835) y Voces interiores (1837). Obras teatrales de gran éxito suyas son : El rey se divierte (1832), adaptado por Verdi en su ópera Rigoletto (1851), el drama en prosa Lucrecia Borgia (1833) y el melodrama Ruy Blas (1838). En cambio Les Burgraves (1843) fue un estrepitoso fracaso.
Al disgusto de Hugo por el fracaso de esta obra se le unió ese mismo año la muerte de su hermana mayor y del marido de ésta, ambos ahogados. Se alejó de la poesía y se dedicó de un modo más activo a la política. Su familia siempre había sido bonapartista, y él mismo, en su juventud, había sido monárquico. En 1845 fue nombrado par de Francia por el rey Luis Felipe, pero cuando se produjo la revolución de 1848, Hugo era ya republicano. En 1851, después del fracaso de la revuelta contra el presidente Luis Napoleón, más tarde emperador con el nombre de Napoleón III, Hugo hubo de emigrar hacia Bélgica. En 1855 dio comienzo su largo exilio de quince años en la isla de Guernsey.
Durante estos años, Hugo escribió la feroz sátira, Napoleón el pequeño (1852), los poemas satíricos Los castigos (1853), el libro de poemas líricos Las contemplaciones (1856) y el primer volumen de su poema épico La leyenda de los siglos (1859-1883). En Guernsey completó su más extensa y famosa obra, Los miserables (1862), una novela que describe vívidamente, al tiempo que condena, la injusticia social de la Francia del siglo XIX.
Hugo regresó a Francia después de la caída del Segundo Imperio en 1870, y reanudó su carrera política. Fue elegido primero para la Asamblea Nacional y más tarde para el Senado. Entre las obras más destacables de sus últimos quince años se cuentan El noventa y tres (1874), una novela sobre la Revolución Francesa; y El arte de ser abuelo (1877), conjunto de poemas líricos acerca de su vida familiar.
Las obras de Víctor Hugo marcaron un decisivo hito en el gusto poético y retórico de las jóvenes generaciones de escritores franceses, y todavía es considerado como uno de los poetas más importantes de este país.
Después de su muerte, acaecida el 22 de mayo de 1885, en París, su cuerpo permaneció expuesto bajo el Arco del Triunfo y fue trasladado, según su deseo, en un mísero coche fúnebre, hasta el Panthéon, donde fue enterrado junto a algunos de los más célebres ciudadanos franceses.
1820 Ode sur la Mort du Duc de Berry
1824 Nouvelles Odes
1826 Odes et Ballades
1827 Cromwell
1829 Les Orientales , Le dernier jour d'un condamné, Marion De Lorme
1830 Hernani
1831 Notre-Dame de Paris, Feuilles d'Automne
1832 Le Roi s'amuse
1833 Lucrèce Borgia, Marie Tudor
1835 Le Chants du Crépuscule
1837 Voix intérieures
1838 Ruy Blas
1843 Les Burgraves
1852 Napoléon le Petit
1853 Les Châtiments
1856 Les Contemplations
1859 La Légende des Siècles
1862 Les Misérables
1863 William Shakespeare
1865 Chansons des rues et des bois
1866 Les Travailleurs de la mer, Mille francs de récompense, l'Intervention
1869 l'Homme qui rit
1874 Quatre-Vingt-Treize et Mes Fils
1875 deux premiers volumes d'Actes et Paroles (Avant l'exil et pendant l'exil)
1876 troisième volume d'Actes et Paroles (Depuis l'exil)
1877 deuxième série de la Légende des Siècles , l'Art d'être grand-père, première partie de l'Histoire d'un crime
1878 deuxième partie de l'Histoire d'un crime, Le Pape
1879 La Pitié Suprême
1880 Religions et religion (écrit en 1870)
1883 troisième Tome de la Légende des Siècles
Posthume
1886 La Fin de Satan
1887-1900 Choses vues (essai)
A UNA MUJER
Victor Hugo
¡Niña!, si yo fuera rey daría mi reino,
mi trono, mi cetro y mi pueblo arrodillado,
mi corona de oro, mis piscinas de pórfido,
y mis flotas, para las que no bastaría el mar,
por una mirada tuya.
Si yo fuera Dios, la tierra y las olas,
los ángeles, los demonios sujetos a mi ley.
Y el profundo caos de profunda entraña,
la eternidad, el espacio, los cielos, los mundos
¡daría por un beso tuyo!
¡VEN! EN LA PRADERA EN FLOR
Victor Hugo
¡Ven! En la pradera en flor,
suena una flauta invisible…
El canto más apacible
es el canto del pastor.
Un hálito fresco y suave
riza la onda de cristal…
La música más jovial
es la música del ave.
¡Que la sombra del dolor
no nuble tu faz radiante!
El himno más palpitante
es el himno del amor.
Versión de Salvador Díaz Mirón
SI PUDIÉRAMOS IR
Victor Hugo
Él decía a su amada: Si pudiéramos ir
los dos juntos, el alma rebosante de fe,
con fulgores extraños en el fiel corazón,
ebrios de éxtasis dulces y de melancolía,
hasta hacer que se rompan los mil nudos con que ata
la ciudad nuestra vida; si nos fuera posible
salir de este París triste y loco, huiríamos;
no se adónde, a cualquier ignorado lugar,
lejos de vanos ruidos, de los odios y envidias,
a buscar un rincón donde crece la hierba,
donde hay árboles y hay una casa chiquita
con sus flores y un poco de silencio, y también
soledad, y en la altura cielo azul y la música
de algún pájaro que se ha posado en las tejas,
y un alivio de sombra… ¿Crees que acaso podemos
tener necesidad de otra cosa en el mundo?
Versión de Víctor M. Londoño
QUIEN NO AMA NO VIVE *
Victor Hugo
Quienquiera que fueres, óyeme:
si con ávidas miradas
nunca tú a la luz del véspero
has seguido las pisadas,
el andar süave y rítmico
de una celeste visión;
O tal vez un velo cándido,
cual meteoro esplendente,
que pasa, y en sombras fúnebres
ocúltase de repente,
dejando de luz purísima
un rastro en el corazón;
Si sólo porque en imágenes
te la reveló el poeta,
la dicha conoces íntima,
la felicidad secreta,
del que árbitro se alza único
de otro enamorado ser;
Del que más nocturnas lámparas
no ve, ni otros soles claros,
ni lleva en revuelto piélago
más luz de estrellas ni faros
que aquella que vierten mágica
los ojos de una mujer;
Si el fin de sarao espléndido
nunca tú aguardaste afuera,
embozado, mudo, tétrico
mientras en la altavidriera
reflejos se cruzan pálidos
del voluptuoso vaivén),
Para ver si como ráfaga
luminosa a la salida,
con un sonreír benévolo
te vuelve esperanza y vida
joven beldad de ojos lánguidos,
orlada en flores la sien.
Si celoso tú y colérico
no has visto una blanca mano
usurpada, en fiesta pública,
por la de galán profano,
y el seno que adoras, próximo
a otro pecho, palpitar;
Ni has devorado los ímpetus
de reconcentrada ira,
rodar viendo el valse impúdico
que deshoja, mientras gira
en vertiginoso círculo,
flores y niñas al par;
Si con la luz del crepúsculo
no has bajado las colinas,
henchida sintiendo el ánima
de emociones mil divinas,
ni a lo largo de los álamos
grato el pasear te fue;
Si en tanto que en la alta bóveda
un astro y otro relumbra,
dos corazones simpáticos
no gozasteis la penumbra,
hablando palabras místicas,
baja la voz, tardo el pie;
Si nunca al roce magnético
temblaste de ángel soñado;
si nunca un Te amo dulcísimo,
tímidamente exhalado,
quedó sonando en tu espíritu
cual perenne vibración;
Si no has mirado con lástima
al hombre sediento de oro,
para el que en vano munífico
brinda el amor su tesoro,
y de regio cetro y púrpura
no tuviste compasión;
Si en medio de noche lóbrega
cuando todo duerme y calla,
y ella goza sueño plácido,
contigo mismo en batalla
no te desataste en lágrimas
con un despecho infantil;
Si enloquecido o sonámbulo
no la has llamado mil veces,
quizá mezclando frenético
las blasfemias a las preces,
también a la muerte, mísero,
invocando veces mil;
Si una mirada benéfica
no has sentido que desciende
a tu seno, como súbito
lampo que las sombras hiende
y ver nos hace beatífica
región de serena luz;
O tal vez el ceño gélido
sufriendo de la que adoras,
no desfalleciste exánime,
misterios de amor ignoras;
ni tú has probado sus éxtasis
ni tú has llevado su cruz.
Versión de Miguel Antonio Caro
*No ha habido que traducir el título, porque el autor tuvo el capricho
de ponerlo en español. N. del T.
PLENITUD
Victor Hugo
Puesto que apliqué mis labios a tu copa llena aún,
y puse entre tus manos mi pálida frente;
puesto que alguna vez pude respirar el dulce aliento
de tu alma, perfume escondido en la sombra.
Puesto que me fue concedido escuchar de ti
las palabras en que se derrama el corazón misterioso;
ya que he visto llorar, ya que he visto sonreír,
tu boca sobre mi boca, tus ojos en mis ojos.
Ya que he visto brillar sobre mi cabeza ilusionada
un rayo de tu estrella, ¡ay!, siempre velada.
Ya que he visto caer en las ondas de mi vida
un pétalo de rosa arrancado a tus días,
puedo decir ahora a los veloces años:
¡Pasad! ¡Seguid pasando! ¡Yo no envejeceré más!
Idos todos con todas nuestras flores marchitas,
tengo en mi álbum una flor que nadie puede cortar.
vuestras alas, al rozarlo, no podrán derramar
el vaso en que ahora bebo y que tengo bien lleno.
Mi alma tiene más fuego que vosotros ceniza.
Mi corazón tiene más amor que vosotros olvido.
Versión de L. S.
OCÉANO NOX
Victor Hugo
¡Ay!, ¡cuántos capitanes y cuántos marineros
que buscaron, alegres, distantes derroteros,
se eclipsaron un día tras el confín lejano!
Cuántos ¡ay!, se perdieron, dura y triste fortuna,
en este mar sin fondo, entre sombras sin luna,
y hoy duermen para siempre bajo el ciego oceano.
¡Cuántos pilotos muertos con sus tripulaciones!
La hojas de sus vidas robaron los tifones
y esparciolas un soplo en las ondas gigantes.
Nadie sabrá su muerte en este abismo amargo.
Al pasar, cada ola de un botín se hizo cargo:
una cogió el esquife y otra los tripulantes.
Se ignora vuestra suerte, oh cabezas perdidas
que rodáis por las negras regiones escondidas
golpeando vuestras frentes contra escollos ignotos.
¡Cuántos padres vivían de un sueño solamente
y en las playas murieron esperando al ausente
que no regresó nunca de los mares remotos!
En las veladas hablan a veces de vosotros.
Sentados en las anclas, unos fuman y otros
enlazan vuestros nombres -ya de sombra cubierta-
a risas, a canciones, a historias divertidas,
o a los besos robados a vuestras prometidas,
¡mientras dormís vosotros entre las algas yertos!
Preguntan: « ¿Dónde se hallan? ¿Triunfaron? ¿Son felices?
¿Nos dejaron por otros más fértiles países?»
Después, vuestro recuerdo mismo queda perdido.
Se traga el mar el cuerpo y el nombre la memoria.
Sombras sobre las sombras acumula la historia
y sobre el negro océano se extiende el negro olvido.
Pronto queda el recuerdo totalmente borrado.
¿No tiene uno su barca, no tiene otro su arado?
Tan sólo vuestras viudas, en noches de ciclones,
aún hablan de vosotros-ya de esperar cansadas-
moviendo así las tristes cenizas apagadas
de sus hogares muertos y de sus corazones.
Y cuando al fin la tumba los párpados les cierra,
nada os recuerda, nada, ni una piedra en la tierra
del cementerio aldeano donde el eco responde,
ni un ciprés amarillo que el otoño marchita,
ni la canción monótona que un mendigo musita
bajo un puente ya en ruinas que su dolor esconde.
¿En dónde están los náufragos de las noches oscuras?
¡Sabéis vosotras, ¡olas! , siniestras aventuras,
olas que en vano imploran las madres de rodillas!
¡Las contáis cuando avanza la marea ascendente
y esto es lo que os da aquella voz amarga y doliente
con que lloráis de noche golpeando en las orillas!
Versión de Andrés Holguín
NOCHE DE JUNIO
Victor Hugo
Muere el día en verano. De sus flores cubierto,
vierte el campo a lo lejos un perfume embriagante.
Con los ojos cerrados y el oído entreabierto,
dormimos en un sueño más claro y fascinante.
Es más grata la sombra y el lucero es más puro.
Una luz imprecisa los espacios colora,
y el alba dulce y pálida, esperando su hora,
vaga toda la noche al pie del cielo oscuro.
Versión de Andrés Holguín
LOS NIDOS
Victor Hugo
Cuando el soplo de abril abre las flores,
buscan las golondrinas
de la vieja torre las agrestes ruinas;
los pardos ruiseñores
buscando van, bien mío,
el bosque más sombrío,
para esconder a todos su morada
en los frondosos ramos.
y nosotros también, en el tumulto
de la inmensa ciudad, hogar oculto
anhelantes buscamos,
donde jamás oblicua una mirada
llegue como un insulto;
y preferimos las desiertas calles
donde la turba inquieta
en tropel no se agrupa; y en los valles
las sendas del pastor y del poeta;
y en la selva el rincón desconocido
donde no llegan del mundo los rumores.
Como esconden los pájaros su nido,
vamos allí a ocultar nuestros amores.
Versión de Salvador Díaz Mirón
LISE
Victor Hugo
Yo tenía doce años; dieciséis ella al menos.
Alguien que era mayor cuando yo era pequeño.
Al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas,
esperaba el momento en que se iba su madre;
luego con una silla me acercaba a su silla,
al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas.
¡Cuánta flor la de aquellas primaveras marchitas,
cuánta hoguera sin fuego, cuánta tumba cerrada!
¿Quién se acuerda de aquellos corazones de antaño?
¿Quién se acuerda de rosas florecidas ayer?
Yo sé que ella me amaba. Yo la amaba también.
Fuimos dos niños puros, dos perfumes, dos luces.
Ángel, hada y princesa la hizo Dios. Dado que era
ya persona mayor, yo le hacía preguntas
de manera incesante por el solo placer
de decirle: ¿Por qué? Y recuerdo que a veces,
temerosa, evitaba mi mirada pletórica
de mis sueños, y entonces se quedaba abstraída.
Yo quería lucir mi saber infantil,
la pelota, mis juegos y mis ágiles trompos;
me sentía orgulloso de aprender mi latín;
le enseñaba mi Fedro, mi Virgilio, la vida
era un reto, imposible que algo me hiciera daño.
Puesto que era mi padre general, presumía.
Las mujeres también necesitan leer
en la iglesia en latín, deletreando y soñando;
y yo le traducía algún que otro versículo,
inclinándome así sobre su libro abierto.
El domingo, en las vísperas, desplegar su ala blanca
sobre nuestras cabezas yo veía a los ángeles.
De mí siempre decía: ¡Todavía es un niño!
Yo solía llamarla mademoiselle Lise.
Y a menudo en la iglesia, ante un salmo difícil,
me inclinaba feliz sobre su libro abierto.
Y hasta un día, ¡Dios mío, Tú lo viste!, mis labios
hechos fuego rozaron sus mejillas en flor.
Juveniles amores, que duraron tan poco,
sois el alba de nuestro corazón, hechizad
a aquel niño que fuimos con un éxtasis único.
Y al caer de la tarde, cuando llega el dolor,
consolad nuestras almas, deslumbradas aún,
juveniles amores, que duraron tan poco.
Versión de Enrique Uribe White
LA TUMBA YLA ROSA
Victor Hugo
La tumba dijo a la rosa:
-¿Dime qué haces, flor preciosa,
lo que llora el alba en ti?
La rosa dijo a la tumba:
-de cuanto en ti se derrumba,
sima horrenda, ¿qué haces, di?
Y la rosa: -¡Tumba oscura
de cada lágrima pura
yo un perfume hago veloz.
Y la tumba: -¡Rosa ciega!
De cada alma que me llega
yo hago un ángel para Dios.
Versión de Rafael Pombo
LA BELLEZA YLA MUERTE
Victor Hugo
La belleza y la muerte son dos cosas profundas,
con tal parte de sombra y de azul que diríanse
dos hermanas terribles a la par que fecundas,
con el mismo secreto, con idéntico enigma.
Oh, mujeres, oh voces, oh miradas, cabellos,
trenzas rubias, brillad, yo me muero, tened
luz, amor, sed las perlas que el mar mezcla a sus aguas,
aves hechas de luz en los bosques sombríos.
Más cercanos, Judith, están nuestros destinos
de lo que se supone al ver nuestros dos rostros;
el abismo divino aparece en tus ojos,
y yo siento la sima estrellada en el alma;
mas del cielo los dos sé que estamos muy cerca,
tú porque eres hermosa, yo porque soy muy viejo.
Versión de Carlos Pujol
EL TRIUNFO
Victor Hugo
Estaba despeinada y con los pies desnudos
al borde del estanque y en medio del juncal…
Creí ver una ninfa, y con acento dulce:
“¿quieres venir al bosque?”, le pregunté al pasar.
Lanzóme la mirada suprema que fulgura
en la beldad vencida que cede a la pasión;
y yo le dije: “Vamos; es la época en que se ama:
¿quieres seguirme al fondo del naranjal en flor?”
Secó las plantas húmedas en el mullido césped,
fijó en mí las pupilas por la segunda vez,
y luego la traviesa quedóse pensativa…
¡Qué canto el de las aves en el momento aquel!
¡Con qué ternura la onda besaba la ribera!
De súbito la joven se dirigió hacia mí,
rïendo con malicia por entre los cabellos
flotantes y esparcidos sobre la faz gentil.
Versión de Salvador Díaz Mirón
CANCIÓN II
Victor Hugo
Si nada de mí queréis,
¿por qué os acercáis a mí?
Y si así me enloquecéis,
¿por qué me miráis así?
Si nada de mí queréis,
¿por qué os acercáis a mí?
Si nada intentáis decir,
¿por qué mi mano apretáis?
Del hermoso porvenir,
de la dicha en que soñáis,
si nada intentáis decir,
¿por qué mi mano apretáis?
Si queréis que aquí no esté,
¿por qué pasáis por aquí?
Sois mi afán y sois mi fe;
tiemblo al veros ¡ay de mí!
Si queréis que aquí no esté,
¿por qué pasáis por aquí?
Versión de Salvador Díaz Mirón
CANCIÓN
Victor Hugo
Nace el alba y tu puerta está cerrada
Hermosa mía, ¿a qué dormir?
¿Si se despierta la rosa,
no vas a despertar tú?
Mi lindo encanto
escucha ya,
a tu amante que canta
y también llora.
Todo llama a tu puerta bendita.
Dice la aurora: «yo soy el día.»
Dice el pájaro: «yo la armonía.»
Y mi corazón: «yo el amor.»
Mi lindo encanto
escucha ya,
a tu amante que canta
y también llora.
Te adoro, ángel, te amo mujer
Dios que me completó contigo
creó mi amor para tu alma.
Y mis ojos para tu belleza.
Versión de Rafael Pombo
BOOZ DORMIDO
Victor Hugo
Booz se había acostado, rendido de fatiga;
Todo el día había trabajado sus tierras
y luego preparado su lecho en el lugar de siempre;
Booz dormía junto a los celemines llenos de trigo.
Ese anciano poseía campos de trigo y de cebada;
Y, aunque rico, era justo;
No había lodo en el agua de su molino;
Ni infierno en el fuego de su fragua.
Su barba era plateada como arroyo de abril.
Su gavilla no era avara ni tenía odio;
Cuando veía pasar alguna pobre espigadora:
“Dejar caer a propósito espigas” -decía.
Caminaba puro ese hombre, lejos de los senderos desviados,
vestido de cándida probidad y lino blanco;
Y, siempre sus sacos de grano, como fuentes públicas,
del lado de los pobres se derramaban.
Booz era buen amo y fiel pariente;
aunque ahorrador, era generoso;
las mujeres le miraban más que a un joven,
pues el joven es hermoso, pero el anciano es grande.
El anciano que vuelve hacia la fuente primera,
entra en los días eternos y sale de los días cambiantes;
se ve llama en los ojos de los jóvenes,
pero en el ojo del anciano se ve luz.
2
Así pues Booz en la noche, dormía entre los suyos.
Cerca de las hacinas que se hubiesen tomado por ruinas,
los segadores acostados formaban grupos oscuros:
Y esto ocurría en tiempos muy antiguos.
Las tribus de Israel tenían por jefe un juez;
la tierra donde el hombre erraba bajo la tienda, inquieto
por las huellas de los pies del gigante que veía,
estaba mojada aún y blanda del diluvio.
3
Así como dormía Jacob, como dormía Judith,
Booz con los ojos cerrados, yacía bajo la enramada;
entonces, habiéndose entreabierto la puerta del cielo
por encima de su cabeza, fue bajando un sueño.
Y ese sueño era tal que Booz vio un roble
que, salido de su vientre, iba hasta el cielo azul;
una raza trepaba como una larga cadena;
Un rey cantaba abajo, arriba moría un dios.
Y Booz murmuraba con la voz del alma:
“¿Cómo podría ser que eso viniese de mí?
la cifra de mis años ha pasado los ochenta,
y no tengo hijos y ya no tengo mujer.
Hace ya mucho que aquella con quien dormía,
¡Oh Señor! dejó mi lecho por el vuestro;
Y estamos todavía tan mezclados el uno al otro,
ella semi viva, semi muerto yo.
Nacería de mí una raza ¿cómo creerlo?
¿Cómo podría ser que tenga hijos?
Cuando de joven se tienen mañanas triunfantes,
el día sale de la noche como de una victoria;
Pero de viejo, uno tiembla como el árbol en invierno;
viudo estoy, estoy solo, sobre mí cae la noche,
e inclino ¡oh Dios mío! mi alma hacia la tumba,
como un buey sediento inclina su cabeza hacia el agua”.
Así hablaba Booz en el sueño y el éxtasis,
volviendo hacia Dios sus ojos anegados por el sueño;
el cedro no siente una rosa en su base,
y él no sentía una mujer a sus pies.
4
Mientras dormía, Ruth, una Moabita,
se había recostado a los pies de Booz, con el seno desnudo,
esperando no se sabe qué rayo desconocido
cuando viniera del despertar la súbita luz.
Booz no sabía que una mujer estaba ahí,
y Ruth no sabía lo que Dios quería de ella.
Un fresco perfume salía de los ramos de asfodelas;
los vientos de la noche flotaban sobre Galgalá.
La sombra era nupcial, augusta y solemne;
allí, tal vez, oscuramente, los ángeles volaban,
a veces, se veía pasar en la noche,
algo azul semejante a un ala.
La respiración de Booz durmiendo
se mezclaba con el ruido sordo de los arroyos sobre el musgo.
Era un mes en que la naturaleza es dulce,
y hay lirios en la cima de las colinas.
Ruth soñaba y Booz dormía; la hierba era negra;
Los cencerros del ganado palpitaban vagamente;
Una inmensa bondad caía del firmamento;
Era la hora tranquila en que los leones van a beber.
Todo reposaba en Ur y en Jerimadet;
Los astros esmaltaban el cielo profundo y sombrío;
El cuarto creciente fino y claro entre esas flores de la sombra
brillaba en Occidente, y Ruth se preguntaba,
inmóvil, entreabriendo los ojos bajo sus velos,
qué dios, qué segador del eterno verano,
había dejado caer negligentemente al irse
esa hoz de oro en los campos de estrellas.
Versión de L.S.
AYER, AL ANOCHECER
Victor Hugo
Las sombras descendían, los pájaros callaban,
la luna desplegaba su nacarado olán.
La noche era de oro, los astros nos miraban
y el viento nos traía la esencia del galán.
El cielo azul tenía cambiantes de topacio,
la tierra oscura cabello de bálsamo sutil;
tus ojos más destellos que todo aquel espacio,
tu juventud más ámbar que todo aquel abril.
Aquella era la hora solemne en que me inspiro,
en que del alma brota el cántico nupcial,
el cántico inefable del beso y del suspiro,
el cántico más dulce, del idilio triunfal.
De súbito atraído quizá por una estrella,
volviste al éter puro tu rostro soñador…
Y dije a los luceros: “¡verted el cielo en ella!”
y dije a tus pupilas: “¡verted en mí el amor!”
Versión de Salvador Díaz Mirón
POEMA ALBORADA
Victor Hugo
Ya brilla la aurora fantástica, incierta,
velada en su manto de rico tisú.
¿Por qué, niña hermosa, no se abre tu puerta?
¿Por qué cuando el alba las flores despierta
durmiendo estás tú?
Llamando a tu puerta, diciendo está el día:
“Yo soy la esperanza que ahuyenta el dolor”.
El ave te dice: “Yo soy la armonía”.
Y yo, suspirando, te digo: “Alma mía,
yo soy el amor”.
Versión de F. Maristany
9 de julio de 1843.
"¡Oh! ¡Piensa en mí! ¡Quiéreme! Sueña con el último minuto cuando nos vimos y el primer minuto cuando volveremos a vernos “ "¡Oh Dios mío! ¡Que es largo, y necesito verte! Ángel dulce, fija tus ojos adorables sobre mí. De aquí los sentiré. Esto me recalentará el alma. Te quiero. ¡Eres mi vida! Hasta el jueves, ¡oh qué largo es!".
Victor Hugo.
Carta de Victor Hugo a Adéle Foucher (fragmento)
20 de octubre en la noche
Esta es una carta muy importante, Adéle; de ahora en adelante todo entre nosotros depende de la impresión que te cause. Trataré de ordenar coherentemente algunas ideas, y ciertamente tendré que desvelarme esta noche peleando de nuevo. Voy a hablarte seria e intimamente, y sólo deseo que ello pueda ser en persona, porque entonces podré tener tu respuesta (que esperaré con gran impaciencia) en el acto, y juzgar por mí mismo, por tu expresión, el efecto que mis palabras están teniendo sobre tí, un efecto que será crucial para decidir nuestro futuro común.
Hay una palabra Adéle, que aparentemente hasta ahora hemos tenido miedo de usar -la palabra amor-, no obstante que lo que siento por tí es amor genuino; el problema es uno de complicidad: si lo que sientes por mí es también amor.
Esta carta removerá esta duda, sobre cuya resolución depende mi vida entera. [...]
Literatura:
Juliette y Victor Hugo, un alma apasionada entregada a un ardiente corazón
Por PAMELA GUZMÁN
PARIS - “Si mi nombre vive, el vuestro vivirá”, vaticinó a Juliette el que fue su amante durante 50 años y que no era otro sino que el propio Victor Hugo, una de las más grandes plumas de la literatura universal. El tiempo así lo cumplió y ahora París rinde homenaje a Juliette Drouet con una exposición que descubre el alma apasionada de una mujer que vivió por y para su gran amor. La muestra es un homenaje a un amor de siempre.
París, en la que fuera la residencia de Victor Hugo hoy transformada en museo, hay instalada actualmente una exposición que disecciona y elogia nada menos que 50 años de un “amor eterno”, de ése de novela romántica, sufrido y gozado por el genial autor de “Los Miserables” y Juliette Drouet, antaño una anónima huerfanita parisina que llegó a ser modelo de pintores y actriz de teatro antes de enamorarse del gran escritor. “Mi alma a tu corazón se entregó...”, es el título de la muestra, “un homenaje poético” a la amante de toda una vida --una “proscrita abnegada” como la bautizó el propio Victor Hugo--, en el bicentenario de su nacimiento.
El hilo central de la exposición lo constituye una cadena de algunas de las más de 20.000 cartas de amor escritas por Juliette a su “maestro” durante medio siglo de una relación amorosa que sólo terminó con su muerte. A través de las misivas -que en algunos días llegaron a ser hasta ocho…por día--, se reconstruye la existencia de una mujer en la que, según los curadores de la exposición, “el amor por la escritura y la escritura del amor se confunden”.
“Tus cartas, mi Juliette, son mi tesoro, mis joyas, mi riqueza. Nuestra vida está ahí, depositada día a día, pensamiento a pensamiento. Todo lo que has soñado está ahí, todo lo que has sufrido está ahí. Son tantos pequeños espejos encantadores y cada uno refleja una parte de la belleza de tu alma”. Así lo escribió el propio Victor Hugo en 1938, cinco años después del comienzo de su relación clandestina con Juliette. El visitante puede viajar ahora por la vida de esta mujer a través de esas mismas misivas, recogidas en cuatro salas y acompañadas por grabados, acuarelas y pinturas de la época.
La exposición sigue un hilo biográfico, a partir del nacimiento de Juliette, el 10 de abril de 1806. En realidad se llamó Julienne Gauvain. Fue la cuarta hija de una pareja de sastres, que murieron cuando ella contaba tan sólo dos años. Recogida por un tío, cuando éste se separó, se vio obligado a dejarla en el orfanato de las Damas de Santa Madalena, en París, donde vivió hasta su adolescencia. Julienne pronto dejará sentir sus primeras huellas en el mundo artístico parisino. Su encuentro con el pintor Jean Jacques Pradier, en 1825, fue decisivo. Se convirtió en su modelo y también en su amante. Con él tuvo a su única hija, Claire, que nació en 1926.
Pradier dio su rostro a odaliscas, musas y ninfas que atrajeron la atención de otros artistas de la época, convirtiéndola así en una de las modelos más apreciadas entre los románticos. Julienne era bella y no se contentó con su fama de modelo. Decidió ser actriz. No tenía grandes cualidades interpretativas pero sí una gran belleza, distinguida y refinada, muy del gusto de la época.
A partir del verano de 1828 pasó a llamarse “la Señorita Juliette” y logró un contrato para actuar en el Teatro del Parque, en Bruselas. Unas críticas favorables la llevaron a París, al Teatro de la Puerta de San Martín. Durante los siguientes tres años cosechó éxitos y fama. En esos tiempos, el éxito también hacía sonreír a un Victor Hugo que, a sus 30 años había publicado ya “Notre-Dame de París”, llevaba diez años de matrimonio con Adele, tenía cuatro hijos y acababa de comprar su casa parisina de Place de Vosges.
La exposición recoge este período con grabados y litografías de Juliette en algunas de las representaciones de la época. Pero no aporta testimonios de un baile en 1832, donde por primera vez el escritor coincidió con la actriz. Esa “pureza, juventud, inocencia, que recuerda la belleza de las estatuas griegas”, según afirmaban algunos críticos teatrales de la época, hizo mella en Victor Hugo. Un poema escrito cinco años después así lo afirma:
“Cuando estuve cerca de vos por primera vez, fue un día dorado. Ese recuerdo, señora, ¿dejó en vuestra alma el mismo rayo que en mi corazón?”. Aparte de poesías, parece ser que en aquella ocasión, la guapa actriz no reparó en el genial escritor; y si lo hizo, no queda constancia. Lo que si es seguro es que, a partir de ese momento, el destino -o sus “ayudantes”- puso manos a la obra y así, el 2 de febrero de 1833, “Lucrecia Borgia” de Victor Hugo triunfaba en el Teatro parisino de San Martín con Juliette en el papel de la princesa Negroni.
La cercanía por relación profesional y el éxito compartido fueron la mecha de 50 años de pasión. “Ven a buscarme esta noche en casa de la Señora K. Te amaré y esta noche será todo. Me entregaré a ti por completo”, escribió Juliette el 16 de febrero de 1833. Esa noche empezó su historia en común. Durante los siguientes cinco años se dedicó en cuerpo y alma a su amante pero nunca olvidó sus aspiraciones profesionales. Sin embargo, a partir del 18 de noviembre de 1839, día de su “matrimonio moral” con Victor Hugo, Juliette se comprometió a no pisar nunca más un escenario, tal y como le pedía su amor que, a cambio, le prometió estar a su lado toda la vida y hacerse cargo de su destino y del de su hija Claire. “Yo soy tu mujer. Puedes admitirlo sin enrojecer. Y, sin embargo, mi primer título, el que quiero conservar por encima de cualquier otro, es el de tu amante, tu amante apasionada, ardiente, abnegada, para la que no cuenta sino tu mirada para vivir y tu sonrisa para ser feliz”, escribió Juliette al día siguiente de su “matrimonio moral”.
A partir de ese momento, Juliette se consagró por entero a su relación con el escritor, llegando incluso a no salir de casa si éste no le daba su aprobación, tal y como Victor Hugo mismo le imponía, o dejando que él abriese su correspondencia, algo legítimo para los maridos de un siglo XIX marcado por “la falta de igualdad entre los sexos, ya que el marido debe proteger a la mujer y ésta le debe obediencia”, según rezaba una ley de 1804. Sin embargo, siguió dando rienda suelta a su creación a través de la correspondencia y de una serie de escritos privados a los que confiaba sus temores y sufrimientos y desengaños. En aquéllos años, entre 1843 y 1846 ambos compartieron el dolor de perder a un hijo: Victor Hugo a su primogénita, Leopoldine, que se ahogó en 1843, y Juliette a su única hija, una joven frágil para la que el escritor fue un padre adoptivo, que falleció de tisis tres años después. Las críticas sociales no les habían separado. El dolor tampoco lo logró. Su amor se impuso incluso a la historia en 1850, cuando tras el golpe de Estado de Luis Napoleón Bonaparte, el republicano y revolucionario Victor Hugo se vio obligado a exiliarse. Pudo escapar gracias a la valentía de Juliette, que lo escondió y mintió por él. Ahí empezaron 19 años de exilio, de una “abnegación absoluta y completa” por parte de la joven, que convirtió la escritura en un remedio para su alma y su vida: no sólo pasó a ser la copista de las obras de su amado y a organizar la correspondencia del famoso escritor, sino que se hizo cargo de la redacción de un periódico revolucionario desde el exilio. En esa época, en vez de esperar a su amante “veintitres horas y tres cuartos de veinticuatro horas, desde el primer día de año tras año hasta el último día”, como se puede leer en una de las misivas de la exposición, Juliette pudo tener todos los días “su pequeña mano adorada”, pasear “del brazo” y “gozar de todas las posibilidades para amar sin trabas ni interrupción”. “Estar contigo, no importa dónde, eso es la felicidad: los paseos, el campo, las cenas y el 'resto'; es el lujo al que no estoy acostumbrada. (...) Vamos a vivir la misma vida, ver con los mismos ojos, respirar el mismo aire y amarnos libremente frente al Dios que nos ha bendecido”, escribió en 1862. Era como predecir el futuro, pues Juliette pudo vivir sus últimos años junto a su hombre adorado, tras la muerte, en 1868 de la esposa de Víctor Hugo. Juliette se fue de este mundo amando al gran escritor. “Me agarro a la vida con toda la fuerza de mi amor para no dejarte demasiado tiempo sin mí en la tierra. Pero, por desgracia, la naturaleza se revela y no quiere”, escribió. En 1885, Victor Hugo se “reunió” con ella, tal y como le había prometido en el primer aniversario de su muerte: “Nos volveremos a ver en la vida futura, mujer admirable”. Fue el vibrante epílogo de cincuenta apasionados años de amor. ¡ Un amor de novela hecho realidad ¡.