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FANNY JEM WONG |
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Martí, José 2 |
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Martí, José
Árbol de mi alma
Como un ave que cruza el aire claro
Siento hacia mí venir tu pensamiento
Y acá en mi corazón hacer su nido.
Ábrese el alma en flor: tiemblan sus ramas
Como los labios frescos de un mancebo
En su primer abrazo a una hermosura;
Cuchichean las hojas: tal parecen
Lenguaraces obreras y envidiosas,
A la doncella de la casa rica
En preparar el tálamo ocupadas:
Ancho es mi corazón, y es todo tuyo:
Todo lo triste cabe en él, y todo
Cuanto en el mundo llora, y sufre, y muere!
De hojas secas, y polvo, y derruidas
Ramas lo limpio: bruño con cuidado
Cada hoja, y los tallos: de las flores
Los gusanos y el pétalo comido
Separo: oreo el césped en contorno
Y a recibirte, oh pájaro sin mancha,
¡Apresto el corazón enajenado!
Baile
Yo miro con un triste
placer, como en la fiesta
Del noble Jerez pálido
la copa llena guían
las blancas manos trémulas
al seco labio rojo:
-Y yo muevo mi mano tristemente
al corazón vacío,- y a la frente.
Yo veo como un sueño
de gasa blanca y oro,
en que la llama se abre
camino en tanto alado
traje que ha de ser luego
ceniza, húmeda en lágrimas,
cruzar la alegre corte de oro y gasa,
yen llanto amargo el rostro se me abrasa.
¡Alma! cuando de vuelta
dentro del cuerpo laxo,
del frac innoble libres
o la prisión dichosa
de níveo tul,-la férvida
fiesta recuerdes,- ¡mira
que debes embridar el cuerpo loco,
o que te absorbe con su sed a poco!
Bosque de rosas
(Allí despacio)
¡Oh! la sangre del alma, ¿tú la has visto?
Tiene manos y voz, y al que la vierte
Eternamente entre las sombras acusa.
¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres
De almas, y hay villanos matadores!
Al bosque ven: del roble más erguido
Un pilón labremos, y ¡en el pilón
Cuantos engañen a mujer pongamos!
Ésa es la lidia humana: ¡la tremenda
Batalla de los cascos y los lirios!
¿Pues los hombres soberbios, no son fieras?
Bestias y fieras! Mira, aquí te traigo
Mi bestia muerta y mi furor domado.
Ven, a callar, a murmurar, al ruido
De las hojas de Abril y los nidales.
Deja, oh mi amada, las paredes mudas
De esta casa ahoyada y ven conmigo
No al mar que bate y ruge sino al bosque
De rosas que hay al fondo de la selva.
Allí es buena la vida, porque es libre,
Y tu virtud, por libre, será cierta,
Por libre, mi respeto meritorio.
Ni el amor, si no es libre, da ventura.
¡Oh, gentes ruines, los que en calma gozan
De robados amores! Si es ajeno
El cariño, el placer de respetarlo
Mayor mil veces es que el de su goce;
Del buen obrar que orgullo al pecho queda
Y como en dulces lágrimas rebosa,
Y en extrañas palabras, que parecen
¡Aleteos, no voces! Y ¡qué culpa
La de fingir amor! ¡Pues hay tormento
Como aquel, sin amar, de hablar de amores!
¡Ven, que allí triste iré, pues yo me veo!
¡Ven, que la soledad será tu escudo!
Contra el verso retórico y ornado…
Contra el verso retórico y ornado
El verso natural. Acá un torrente:
Aquí una piedra seca. Allá un dorado
Pájaro, que en las ramas verdes brilla,
Como una marañuela entre esmeraldas -
Acá la huella fétida y viscosa
De un gusano: los ojos, dos burbujas
De fango, pardo el vientre, craso, inmundo.
Por sobre el árbol, más arriba, sola
En el cielo de acero una segura
Estrella; y a los pies el horno,
El horno a cuyo ardor la tierra cuece -
Llamas, llamas que luchan, con abiertos
Huecos como ojos, lenguas como brazos,
Savia como de hombre, punta aguda
Cual de espada: ¡la espada de la vida
Que incendio a incendio gana al fin, la tierra!
Trepa: viene de adentro: ruge: aborta.
Empieza el hombre en fuego y para en ala.
Y a su paso triunfal, los maculados,
Los viles, los cobardes, los vencidos,
Como serpientes, como gozques, como
Cocodrilos de doble dentadura,
De acá, de allá, del árbol que le ampara,
Del suelo que le tiene, del arroyo
Donde apaga la sed, del yunque mismo
Donde se forja el pan, le ladran y echan
El diente al pie, al rostro el polvo y lodo,
Cuanto cegarle puede en su camino.
El, de un golpe de ala, barre el mundo
Y sube por la atmósfera encendida
Muerto como hombre y como sol sereno.
Así ha de ser la noble poesía:
Así como la vida: estrella y gozque;
La cueva dentellada por el fuego,
El pino en cuyas ramas olorosas
A la luz de la luna canta un nido
Canta un nido a la lumbre de la luna.
Dormida
De sus pestañas al peso
el ancho párpado entorna,
lirio que, al sol que se torna,
se cierra pidiendo un beso.
Y luego como fragante
magnolia que desenvuelve
sus blancas hojas, revuelve
el tenue encaje flotante:
De mi capricho al vagar
imagínala mi amor,
¡una Venus del pudor
surgiendo de un nuevo mar!
Cuando la lámpara vaga
en este templo de amores,
con sus blandos resplandores
más que la alumbra, la halaga.
Cuando la ropa ligera
sobre su cutis rosado,
ondula como el alado
pabellón de primavera.
Cuando su seno desnudo,
indefenso, a mi respeto
pone más valla que el peto
de bravo guerrero rudo.
Siento que puede el amor,
dormida y desnuda al verla,
dejar perla a la que es perla,
dejar flor a la que es flor.
Sobre sus labios podría
los labios míos posar,
y en su seno reclinar
la pobre cabeza mía.
Y con mi aliento volver
mariposa a la crisálida;
y a la clara rosa pálida
animar y enrojecer.
Pero aquí, desde la sombra
donde amante la contemplo,
manchar no quiero del templo
con paso impuro la alfombra.
Al acercarme, en ligera
procesión avergonzado,
¿no volaría el alado
pabellón de primavera?
¡Al reflejarme el espejo,
que la copia entre albas hojas,
negras las tornara y rojas
de la lámpara al reflejo!
Dicen que suele volar
por los espacios perdida
el alma, y en otra vida
sus alas puras bañar.
Dicen que vuelve a venir
a su cuerpo con la aurora,
para volver – ¡la traidora! -
con cada noche a partir.
Y si su espíritu en leda
beatitud los cielos hiende,
de esa mujer que se extiende
bella ante mí qué me queda?
Blanco cuerpo, línea fría,
molde hueco, vaso roto,
¡y viajera por lo ignoto
la luz que los encendía!
Y ¿a mí que tanto te quiero,
delicada peregrina,
turbar la marcha divina
de tu espíritu viajero?
¡Duerme entre tus blancas galas!
¡Duerme, mariposa mía!
Vuela bien: – ¡mi mano impía
no irá a cortarte las alas!-
En ti pensaba, en tus cabellos…
En ti pensaba, en tus cabellos
que el mundo de la sombra envidiaría,
y puse un punto de mi vida en ellos
y quise yo soñar que tú eras mía.
Ando yo por la tierra con los ojos
alzados -¡oh, mi afán!- a tanta altura
que en ira altiva o míseros sonrojos
encendiólos la humana criatura.
Vivir: -Saber morir; así me aqueja
este infausto buscar, este bien fiero,
y todo el Ser en mi alma se refleja,
y buscando sin fe, de fe me muero.
En un dulce estupor soñando estaba...
En un dulce estupor soñando estaba
Con las bellezas de la tierra mía:
Fuera, el invierno lívido gemía,
Y en mi cuarto sin luz el sol brillaba.
La sombra sobre mí centelleaba
Como un diamante negro, y yo sentía
Que la frente soberbia me crecía,
Y que un águila al cielo me encumbraba.
Iba hinchando este gozo el alma oscura,
Cuando me vi de súbito estrechado
Contra el seno fatal de una hermosura:
Y al sentirme en sus brazos apretado,
Me pareció rodar desde una altura
Y rodar por la tierra despeñado.
Homagno
Homagno sin ventura
La hirsuta y retostada cabellera
Con sus pálidas manos se mesaba.
«Máscara soy, mentira soy, decía;
estas carnes y formas, estas barbas
y rostro, estas memorias de la bestia,
que como silla a lomo de caballo
sobre el alma oprimida echan y ajustan,
por el rayo de luz que el alma mía
en la sombra entrevé, -¡no son Homagno!
Mis ojos sólo, los míos caros ojos,
que me revelan mi disfraz, son míos,
queman, me queman, nunca duermen, oran,
y en mi rostro los siento y en el cielo,
y le cuentan de mí, y a mí dél cuentan.
¿Por qué, por qué, para cargar en ellos
un grano ruin de alpiste mal trojado
talló el creador mis colosales hombros?
Ando, pregunto, ruinas y cimientos
vuelco y sacudo; a sorbos delirantes
En la Creación, la madre de mil pechos,
Las fuentes todas de la vida aspiro:
Muerdo, atormento, beso las callosas
Manos de piedra que golpeo
Con demencia amorosa; su invisible
cabeza con las secas manos mías
acaricio y destrenzo; por la tierra
me tiendo compungido, y los confusos
pies, con mi llanto baño y con mis besos,
y en medio de la noche, palpitante,
con mis voraces ojos en el cráneo
y en sus órbitas anchas encendidos,
trémulo, en mí plegado, hambriento espero,
por si al próximo sol respuestas vienen: -Y
a cada nueva luz, – de igual enjuto
modo y ruin, la vida me aparece,
como gota de leche que en cansado
pezón, al terco ordeño, titubea, -como
carga de hormiga, – como taza
de agua añeja en la jaula de un jilguero.» -De
mordidas y rotas, ramos de uvas
estrujadas y negras, las ardientes
manos del triste Homagno parecían!
Y la tierra en silencio y una hermosa
voz de mi corazón, contestaron.
La copa envenenada
¡Desque toqué, señora, vuestra mano
Blanca y desnuda en la brillante fiesta,
En el fiel corazón intento en vano
Los ecos apagar de aquella orquesta!
Del vals asolador la nota impura
Que en sus brazos de llama suspendidos
Rauda os llevaba -al corazón sin cura,
Repítenla amorosos mis oídos.
Y cuanto acorde vago y murmurio
Ofrece al alma audaz la tierra bella,
Fíngelos el espíritu sombrío-
Tenue cambiante de la nota aquella.
¡Oigola sin cesar! Al brillo, ciego,
En mi torno la miro vagorosa
Mover con lento son alas de fuego
Y mi frente a ceñir tenderse ansiosa.
¡Oh! mi trémula mano bien sabría
Al aire hurtar la alada nota hirviente
Y, con arte de dulce hechicería,
Colgando adelfas a la copa ardiente,
En mis sedientos brazos desmayada
Daros, señora, matador perfume:
Mas yo apuro la copa envenenada
Y en mí acaba el amor que me consume.
La niña de Guatemala
Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.
Eran de lirios los ramos,
y las orlas de reseda
y de jazmín: la enterramos
en una caja de seda.
…Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor:
él volvió, volvió casado:
ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
obispos y embajadores:
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores.
…Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador:
él volvió con su mujer:
ella se murió de amor.
Como de bronce candente
al beso de despedida
era su frente, ¡la frente
que más he amado en mi vida!
…Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor:
dicen que murió de frío:
yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador:
¡nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor!
Mujeres
I
Ésta es rubia; ésta, oscura; aquélla, extraña
Mujer de ojos de mar y cejas negras:
Y una cual palma egipcia alta y solemne
Y otra como un canario gorjeadora.
Pasan, y muerden: los cabellos luengos
Echan, como una red: como un juguete
La lánguida beldad ponen al labio
Casto y febril del amador que a un templo
Con menos devoción que al cuerpo llega
De la mujer amada: ella, sin velos
Yace, y a su merced: -él, casto y mudo
En la inflamada sombra alza dichoso
Como un manto imperial de luz de aurora.
Cual un pájaro loco en tanto ausente
En frágil rama y en menudas flores,
De la mujer el alma travesea:
Noble furor enciende al sacerdote
Y a la insensata, contra el ara augusta
Como una copa de cristal rompiera:
Pájaros, sólo pájaros: el alma
Su ardiente amor reserva al Universo.
II
Vino hirviente es amor: del vaso afuera,
Echa, brillando al sol, la alegre espuma:
Y en sus claras burbujas, desmayados
Cuerpos, rizosos niños, cenadores
Fragantes y amistosas alamedas
Y juguetones ciervos se retratan:
De joyas, de esmeraldas, de rubíes,
De ónices, y turquesas y del duro
diamante, al fuego eterno derretidos,
Se hace el vino satánico: mañana
El vaso sin ventura que lo tuvo
cual comido de hienas, y espantosa
Lava mordente se verá quemado.
III
Bien duerma, bien despierte, bien recline-
Aunque no lo reclino- Bien de hinojos,
Ante un niño que juega el cuerpo doble
Que no se dobla a viles y a tiranos,
Siento que siempre estoy en pie: -si suelo,
Cual del niño en los rizos suele el aire
Benigno, en los piadosos labios tristes
Dejar que vuele una sonrisa, -es cierto
Que así, sépalo el mozo, así sonríen
Cuantos nobles y crédulos buscaron
El sol eterno en la belleza humana.
Sólo hay un vaso que la sed apague
De hermosura y amor: Naturaleza
Abrazos deleitosos, híbleos besos
A sus amantes pródiga regala.
IV
Para que el hombre los tallara, puso
El monte y el volcán Naturaleza,-
El mar, para que el hombre ver pudiese
Que era menor que su cerebro: -en horno
Igual, sol, aire y hombres elabora.
Porque los dome, el pecho al hombre inunda
Con pardos brutos y con torvas fieras.
Y el hombre, no alza el monte: no en el libre
Aire, ni sol magnífico se trueca:
Y en sus manos sin honra, a las sensuales
Bestias del pecho el corazón ofrece:
A los pies de la esclava vencedora:
El hombre yace deshonrado, muerto.
No, música tenaz, me hables del cielo…
No, música tenaz, me hables del cielo!
Es morir, es temblar, es desgarrarme
Sin compasión el pecho! Si no vivo
Donde como una flor al aire puro
Abre su cáliz verde la palmera,
Si del día penoso a casa vuelvo…
¿Casa dije? no hay casa en tierra ajena!…
¡Roto vuelvo en pedazos encendidos!
Me recojo del suelo: alzo y amaso
Los restos de mí mismo; ávido y triste,
Como un estatuador un Cristo roto:
Trabajo, siempre en pie, por fuera un hombre,
¡Venid a ver, venid a ver por dentro!
Pero tomad a que Virgilio os guíe…
Si no, estaos afuera: el fuego rueda
Por la cueva humeante: como flores
De un jardín infernal se abren las llagas:
Y boqueantes por la tierra seca
Queman los pies los escaldados leños!
¡Toda fue flor la aterradora tumba!
¡No, música tenaz, me hables del cielo!
Noche de baile
¡Magníficos espejos
Que vieron mozos los que copian viejos! -
¡Espléndidos tapices
Hechos de antaño a proteger deslices! -
¡Doradas cornucopias -
Del salón secular al tapar propias!
¡Severos sitiales
Sustento y marco ayer de épocas reales! -
Solos los dos:
El viene
Escucha
¡Luego!
¡Quema tu beso!
¡Vuélveme mi fuego! -
¡Y se lo vuelve! Y el espejo sabio
No del marido reflejó el agravio
Que de otra dama aspira ser cortejo
En cercano salón: ¡ley del espejo!
En tanto, cual de espumas
Hijo de Venus, el Amor alado
Surgiera en concha de azuladas brumas
Por invisible geniecillo alzado,
Y moviendo los pálidos corales
Clamara por los senos maternales,-
Un niño se despierta
En la alcoba magnífica desierta.
¡Niño que sufre, me parece mío!
¡Labio sin leche, rosa sin rocío! -
Como espuma agitada
Revuelve el lecho aquella rosa alada;
En la cortina azul, en urna añeja
Su última luz la lámpara refleja: –
Allí vieron los ojos
Lúgubres sombras entre tonos rojos,-
Y el niño, al fin, desesperado llora,
Y allá, junto al espejo, se oye: «¡Ahora!»
¡Oh, Margarita!
Una cita a la sombra de tu oscuro
Portal donde el friecillo nos convida
A apretarnos los dos, de tan estrecho
Modo, que un solo cuerpo los dos sean:
Deja que el aire zumbador resbale,
Cargado de salud, como travieso
Mozo que las corteja, entre las hojas,
Y en el pino
Rumor y majestad mi verso aprenda.
Sólo la noche del amor es digna.
La soledad, la oscuridad convienen.
Ya no se puede amar, ¡oh Margarita!
¡Oh, nave, oh pobre nave…!
¡Oh, nave, oh pobre nave:
Pusiste al cielo el rumbo, engaño grave! -
¡Y andando por mar seco
Con estrépito horrendo, diste en hueco!
Castiga así la tierra a quien la olvida
Y a quien la vida burla, hunde en la vida:
¡Bien solitario estoy, y bien desnudo,
Pero en tu pecho, oh niño, está mi escudo!
Pollice verso
Si, yo también, desnuda la cabeza
de tocado y cabellos, y al tobillo
una cadena burda, heme arrastrado
entre un montón de sierpes, que revueltas
sobre sus vicios negros, parecían
esos gusanos de pesado vientre
y ojos viscosos, que en hedionda cuba
de pardo lodo lentos se revuelcan.
Y yo pasé, sereno entre los viles,
cual si en mis manos, como en ruego juntas,
las anchas alas púdicas, abriese
una paloma blanca. Y aún me aterro
de ver con el recuerdo lo que he visto
una vez con mis ojos. Y espantado,
póngome en pie, cual a emprender la fuga!
¡Recuerdos hay que queman la memoria!
¡Zarzal es la memoria; más la mía
es un cesto de llamas! A su lumbre
el porvenir de mi nación preveo.
Y lloro. Hay leyes en la mente, leyes
cual las del río, el mar, la piedra, el astro,
ásperas y fatales ese almendro
que con su rama oscura en flor sombrea
mi alta ventana, viene de semilla
de almendro: y ese rico globo de oro
de dulce y perfumoso jugo lleno,
y hasta el pomo ruin la daga hundida,
copa de mago que el capricho torna
en hiel para los míseros, y en férvido
tokay para el feliz. La vida es grave,
al flojo gladiador clava en la arena.
¡Alza, oh pueblo, el escudo, porque, es grave
cosa esta vida, y cada acción es culpa
que como, aro servil se lleva luego
cerrado al cuello, o premio generoso
que del futuro mal próvido libra!
¿Veis los esclavos? Como cuerpos muertos
atados en racimo, a vuestra espalda
irán vida tras vida, y con las frentes
pálidas y angustiosas, la sombría
carga en vano halaréis, hasta que el viento
de vuestra pena bárbara apiadado,
los átomos postreros evapore!
¡Oh, qué visión tremenda! ¡Oh, qué terrible
procesión de culpables! Como en llano
negro los miro, torvos, anhelosos,
sin fruta el arbolar, secos los píos
bejucos, por comarca funeraria
donde ni el sol da luz, ni el árbol sombra.
Y bogan en silencio, como en magno
océano sin agua, y ala frente
porción del universo, frase unida
a frase colosal, sierva ligada
a un carro de oro, que a los ojos mismos
de los que arrastra en rápida carrera
ocúltase en el áureo polvo, sierva
con escondidas riendas ponderosas
a la incansable Eternidad atada!
Circo la tierra es, como el romano;
y junto a cada cuna una invisible
panoplia al hombre aguarda, donde lucen,
cual daga cruel que hiere al que la blande
los vicios, y cual límpidos escudos
las virtudes: la vida es la ancha arena,
y los hombres esclavos gladiadores.
Mas el pueblo y el rey, callados miran
de grada excelsa, en la desierta sombra.
¡Pero miran! Y a aquel que en la contienda
bajó el escudo, o lo dejó de lado,
o suplicó cobarde, o abrió el pecho
laxo y servil a la enconosa daga
desde el sitial de la implacable piedra,
condenan a morir, pollice verso;
llevan, cual yugo el buey, la cuerda uncida,
y a la zaga, listado el cuerpo flaco
de hondos azotes, el montón de siervos!
¿Veis las carrozas, las ropillas blancas
risueñas y ligeras, el luciente
corcel de crin trenzada y riendas ricas,
y la albarda de plata suntuosa
prendida, y el menudo zapatillo
cárcel a un tiempo de los pies y el alma?
¡pues ved que los extraños os desdeñan
como a raza ruin, menguada y floja!
Pomona
¡Oh ritmo de la carne, oh melodía,
oh licor vigorante, oh filtro dulce
de la hechicera forma! ¡No hay milagro
en el cuento de Lázaro, si Ceisto
llevó a su tumba una mujer hermosa!
¿Qué soy, quién es, sino Memnón en donde
toda la luz del Universo canta,
y cauce humilde en el que van revueltas
las eternas corrientes de la vida?
Iba, como arroyuelo que cansado
de regar plantas ásperas fenece,
y, de amor por el noble sol transido,
a su fuego con gozo se evapora;
iba, cual jarra que el licor ligero
en el fermento rompe,
y en silenciosos hilos abandona;
iba, cual gladiador que sin combate
del incólume escudo ampara el rostro
y el cuerpo rinde en la ignorada arena.
…¡Y súbito, las fuerzas juveniles
de un nuevo amor, el pecho rebosante
hinchan y embargan, el cansado brío
arde otra vez, y puebla el aire sano
música suave y blando olor de mieles!
Porque hasta mí los brazos olorosos
en armónico gesto alzó Pomona.
Por donde abunda la malva…
Por donde abunda la malva
y da el camino un rodeo,
iba un ángel de paseo
con una cabeza calva.
Del castañar por la zona
la pareja se perdía:
la calva resplandecía
lo mismo que una corona.
Sonaba el hacha en lo espeso
y cruzó un ave volando:
pero no se sabe cuándo
se dieron el primer beso.
Era rubio el ángel; era
el de la calva radiosa,
como el tronco a que amorosa
se prende la enredadera.
Sé, mujer, para mí, como paloma...
Sé, mujer, para mí, como paloma Sin ala negra: Bajo tus alas mi existencia amparo: ¡No la ennegrezcas!
Cuando tus pardos ojos, claros senos
De natural grandeza,
En otro que no en mí sus rayos posan
¡Muero de pena!
Cuando miras, envuelves, cuando miras,
Acaricias y besas:
Pues ¿,cómo he de querer que a nadie mires,
Paloma de ala negra?
Sed de belleza
Solo, estoy solo: viene el verso amigo,
Como el esposo diligente acude
De la erizada tórtola al reclamo.
Cual de los altos montes en deshielo
Por breñas y por valles en copiosos
Hilos las nieves desatadas bajan
Así por mis entrañas oprimidas
Un balsámico amor y una avaricia
Celeste, de hermosura se derraman.
Tal desde el vasto azul, sobre la tierra,
Cual si de alma de virgen la sombría
Humanidad sangrienta perfumasen,
Su luz benigna las estrellas vierten
Esposas del silencio! -y de las flores
Tal el aroma vago se levanta.
Dadme lo sumo y lo perfecto: dadme
Un dibujo de Angelo: una espada
Con puño de Cellini, más hermosa
Que las techumbres de marfil calado
Que se place en labrar Naturaleza.
El cráneo augusto dadme donde ardieron
El universo Hamlet y la furia
Tempestuosa del moro: -la manceba
India que a orillas del ameno río
Que del viejo Chichén los muros baña
A la sombra de un plátano pomposo
Y sus propios cabellos, el esbelto
Cuerpo bruñido y nítido enjugaba.
Dadme mi cielo azul…, dadme la pura,
La inefable, la plácida, la eterna
Alma de mármol que al soberbio Louvre
Dio, cual su espuma y flor, Milo famosa.
Siempre que hundo la mente en libros graves…
Siempre que hundo la mente en libros graves
La saco con un haz de luz de aurora:
Yo percibo los hilos, la juntura,
La flor del Universo: yo pronuncio
Pronta a nacer una inmortal poesía.
No de dioses de altar ni libros viejos
No de flores de Grecia, repintadas
Con menjurjes de moda, no con rastros
De rastros, no con lívidos despojos
Se amansará de las edades muertas:
Sino de las entrañas exploradas
Del Universo, surgirá radiante
Con la luz y las gracias de la vida.
Para vencer, combatirá primero:
E inundará de luz, como la aurora.
Una virgen espléndida
Una virgen espléndida -morada
de un sol de amor que por sus negros ojos brota-
pregunta, abraza y acaricia,
versos me pide, versos de mujeres.
¡Arrullos de paloma, murmullos de sunsunes,
suspiros de tojosas!
Yo podré, en noche ardiente,
trovando amor al pie de su ventana,
en tal aura envolverla,
con tal fuego besarla,
que al nuevo amanecer, nadie vería
en su cutis la flor que lo teñía.
¡Calla, mi amigo amor! que nadie sepa
que yo llevo en los labios la flor roja
que su mejilla cándida lucía,
y el candor, y la flor, y el frágil vaso,
mío es todo, puesto que ella es mía.
Y la madre amorosa,
de sagrado temor y amor movida,
dijérale a la pálida ¿y la rosa
de tu mejilla fresca dónde es ida?
Vino el amor mental: ese enfermizo…
Vino el amor mental: ese enfermizo
Febril, informe, falso amor primero,
¡Ansia de amar que se consagra a un rizo,
Como, si a tiempo pasa, al bravo acero!
Vino el amor social: ese alevoso
Puñal de mango de oro oculto en flores
Que donde clava, infama: ese espantoso
Amor de azar, preñado de dolores.
Vino el amor del corazón: el vago
Y perfumado amor, que al alma asoma
Como el que en bosque duerme, eterno lago,
La que el vuelo aún no alzó, blanca paloma.
Y la púdica lira, al beso ardiente
Blanda jamás, rebosa a esta delicia,
Como entraña de flor, que al alba siente
De la luz no tocada la caricia.
Y te busqué por pueblos…
Y te busqué por pueblos,
Y te busqué en las nubes,
Y para hallar tu alma,
Muchos lirios abrí, lirios azules.
Y los tristes llorando me dijeron:
¡Oh, qué dolor tan vivo!
¡Que tu alma ha mucho tiempo que vivía
En un lirio amarillo!
Mas dime ¿cómo ha sido?
¿Yo mi alma en mi pecho no tenía?
Ayer te he conocido,
Y el alma que aquí tengo no es la mía.
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FANNY JEM WONG |
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