Sollozan violines de otoño en la penumbra de la isla.
Camino prisionero de un concierto de saudades,
pensando en los anhelos que perdieron su dominio,
resistiendo entre la brisa de tenues chaparrones.
Estremecen sus cuerdas como un hielo en el instinto,
me muestran el vacío de la queja agonizante.
Transito entre la muerte de lapachos amarillos,
y la vida que me lame los pies, como mi perro.
Me pregunto si el mar me nombra en tus mareas,
me respondo en la sequía de mis gredas temporales.
Voy hurgando los péndulos que agotan cicatrices,
voy cubriendo las fosas del antaño de mis huellas.
Y me sigo interrogando en los eclipses libertinos,
encogido de hombros, malgastado en una incógnita.
Amor sin rostro, etérea miscelánea de mis gritos,
cuajada en un ánfora de místicas codicias,
sobornas las ausencias con lívidos hechizos,
completas el círculo de todas mis tristezas.
Indago en el llanto de los trémulos violines,
a los jueces que condenan mi rumbo solitario.
Me pregunto si el aullido de la luna me contiene,
me respondo en la ignorancia del tímido silencio.
Walter Faila
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