La música envolvía el entorno sereno,
cuando disuelto el sol la noche llegaba.
La habitación fue nuestro mundo.
Nos rozamos,
y sus senos se abrieron como flor de naranjo,
desabitaron los cordeles de sus hombros,
la falda rompió silenciosa en su leve caída.
Como un experto pianista, mis dedos
fueron arrancando las notas sublimes
de su pálida boca.
Una senda angosta me condujo a sus labios
y descendí como una gota de lluvia
por sus líneas ardientes de finos cristales.
Botellas de vodka me vacié en sus sudores,
quemándome el vientre de un fuego sagrado.
Desde los muros del cuarto,
un óleo de Picasso lloraba de envidia,
alargando el deseo de volverse humano.
WALTER FAILA
ARGENTINA
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